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Papeles de Nunca Jamás por Esther Requena se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-LicenciarIgual 3.0 Unported.

sábado, 3 de noviembre de 2012

AL OTRO LADO DEL CRISTAL






AL OTRO LADO DEL CRISTAL
Dicen que no, que es imposible.
            Que él no puede ver quién está detrás del cristal.
            No es cierto. Él sabe que yo estoy ahí, frente a él, detrás del cristal. No tengo la mínima duda. Y si la tuviera, se evaporaría al ver la firmeza desafiante con que su mandíbula me reta, apuntándome, desde el otro lado.
            Me preguntan si le reconozco como mi agresor, que si se trata de él.
            Lo es. No temo equivocarme.  Lo confirma el temblor irresistible que se ha vuelto a adueñar de mi cuerpo, el sudor de mi frente y el nudo que me estrangula en la garganta y me impide contestar que sí, que fueron sus manos las que me arrancaron la ropa, que fueron sus brazos los que me aplastaron contra el suelo, que fue su cuerpo el que rompió el mio para siempre.
            Asiento con la cabeza. Él lo descubre, seguro. Se levanta de improviso, tira la silla con violencia y avanza hacia el vidrio que nos separa. Se para delante, provocándome, y lanza al aire una carcajada de hiena desde la boca que me desgarró. Mis ojos ven sus fauces negras, abisales, puntiagudas.
            Estoy a punto de desmayarme.
            Los agentes acuden en mi auxilio. Bebo un sorbo de agua y recobro un hilo de control.
            Pregunto su nombre.
            Suena normal, como el de un hombre normal. Con esa normalidad del asesino que siempre sorprende a sus normales vecinos cuando sale de su normal casa con las manos esposadas.
            Me grabo su normal nombre en mi mente. No lo repetiré en alto jamás. Puede que su nombre sea un conjuro y que al pronunciar en alto cada sonido, cada sílaba que lo conforma, él vuelva a hacerse presente y me vuelva a matar.
            Cuando se me indica, saludo agradecida y me voy.
            Él se queda ahí. Solo. Detrás del cristal
            Camino pausada hacia casa. El fresco viento que despide el verano barre las calles y, poco a poco, esponja de oxígeno y razón mi pobre mente, a la que el miedo vuelve de corcho.  
            No puedo continuar con esta absurda farsa, me digo mientras estrujo la vieja denuncia con rabia hacia mi misma, hacia el delirio en el que sumerjo cada vez que me entero de que han detenido a un violador. Me terminarán por conocer en todas las comisarías de la ciudad, quizá ya sepan quien soy; quizá lo que yo tomo por cortesía y atenciones no sea sino conmiseración.
            Sin embargo esta noche podré dormir. Da igual que fuera él o no. Han pasado cinco años y los rostros tras el cristal se superponen y se desdibujan y son ya demasiados como para que pueda recordar.
            Sigo el camino de regreso con la brisa en la cara y el ánimo sosegado, ajeno a la angustia y al terror que, por un tiempo, se quedarán al lado del hombre del otro lado del cristal.

           
           

           

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