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Papeles de Nunca Jamás por Esther Requena se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-LicenciarIgual 3.0 Unported.

viernes, 30 de enero de 2015

SAMARITANAS (EL MADRID DEL MISERIAS 3)




SAMARITANAS

Primero escuchó una voz aguardentosa, pasos alejándose y el silbido inconfundible del afilador. 
Después intentó abrir los ojos y se encontró con que apenas podía resistir el peso de corcho mojado en que se habían convertido sus párpados. Una cuchillada de dolor le recordó la patada en las costillas y, al intentar incorporarse, la náusea se le vino desde el centro de las entrañas hasta el cielo de la boca, como una marea.
¡Paca, maricona, trae la palancana que este tío va a potar!
Echó de su cuerpo lo que no está escrito; después, agotado por el esfuerzo, se volvió a desmayar.
—Ya vuelve en sí, Miserias.
Amos que... ¡vaya regalito que nos has traído, primo! Pa otra vez que vengas de visita, te mercas un jamón o una botella de Fundador...
—No le iba a dejar ahí tirado, joé, Pepe, como un perro en mitá la calle....que no tié a nadie el Profesor, que son ya muchos años juntos, Pepe, entiéndelo.
—Está bien, está bien. Total, si entre los pobres no nos echamos una mano...además donde comen tres comen cuatro, Miserias. Eso sí: en cuanto se tenga en pie, sos vais, que ya ves el panorama.
Pudo entreabrir los ojos y, cuando consiguió fijar la vista, la visión que se presentó ante él le sumió en un estado de alarma, sin conciencia de estar despierto o en mitad de una pesadilla:
— ¡Atrás, oh siniestras Parcas! ¡Alejad vuestras horrendas fauces de mí, que aunque mero mortal, sé defenderme cual Perseo!
— ¿Pero qué dice este tío, Miserias?, ¿nos ha llamado horrendas?
—No pasa nada, Paquita...es que como fue catedrático de literatura, cuando se le va el oremus recita cosas de los libros.
Paca La Delirios, Francisco José Rebolledo, nacido en Totana, Murcia, según constaba en su DNI, se acercó al catre y le puso su mano peluda pero de manicura impecable en el hombro, para tranquilizarlo.
—Señor Profesor, no se preocupe usté que está en buenas manos. Mire, que su amigo de usté El Miserias, que es primo de aquí la Cococha, le ha traído porque le han dao a usté una paliza unos esquinjeis de esos. Que está usté en nuestra casa, de la Cococha, de la Mari la Tóxica y de la mía que me llamo Paca, pa servirle.
—Qué bien te explicas, maricona
—Pues porque yo lo único que envidio en esta vida es la cultura, Mari, que te lo tengo dicho, que a mi me da mucho respeto la gente que tié una educación y que se saben de expresar y también de libros.
El Profesor iba mirando atónito aquellos tres rostros en los que un asomo de barba sombreaba la mandíbula, aquellas bocas desdentadas como abismos, de labios en los que el carmín se cuarteaba; aquellas cabezas de greñas artificiales; aquellas vestimentas chillonas como de puta pobre.
—¿Cococha, Cococha?...—atinó a balbucear—¿Qué clase de nombre es Cococha?
—Cococha Nell, mi nombre artístico, Profesor— contestó el más corpulento— Llámeme Pepe, si se encuentra más cómodo. Somos artistas. Transformistas. Trabajamos aquí mismo, en una boite de la calle la Ballesta...
—Él imita a Françoise Hardy porque estuvo quince años en Francia, en la Renault. De ahí el nombre.
—Pero nadie sabe que imita a Françoise Hardy, Mari, no exageres.
—Pues peor lo tuyo, que estás de señora de los servicios, joía envidiosa...
Se enfrascaron en un chillerío que sólo sirvió para agigantar el dolor de las sienes del Profesor.
—Señoras, por favor, señoras— suplicó— Les ruego se compadezcan de este Quijote apaleado. Le suplico a las tres, cual Paris de Troya frente a la manzana de la Discordia, que tornen quedas sus prístinas voces, pues si el poder de Hera, el saber de Atenea y la belleza de Afrodita precipitaron la guerra, en mi cráneo se libra cruenta batalla...
— ¿Qué dice, Miserias?
— Que os calléis, Pepe, o Cococha o como te llames ahora, primo. Que os calléis.
— Le voy a traer un caldito que no se le salta un gitano, profesor. Con su poquita de quina Santa Catalina...
— Mejor una tila, Paca
—Y un calmante vitaminado.
— Y luego una friegas con el linimento del tío del bigote.
—Pero sin aprovecharte, so pécora, que eres una pécora...
El Profesor alzó los ojos al cielo e intentó mesarse los cabellos, pero no pudo. Mari la Tóxica y la Paca corrieron a la cocina, si es que aquel rincón mugriento podía llamarse así y el Miserias volvió a agradecer a su primo Pepe el gran favor que los tres estaban  deparando al pobre Profesor.
Luego se fue, Valverde abajo, en dirección a Telefónica, sorteando putas viejas y paletos comprando abrazos.
—Pa que luego digan los curas, tanta caridad, tanto niño muerto...
Pensó, mientras le birlaba la cartera a un señor de Soria.






lunes, 26 de enero de 2015

VAGOS Y MALEANTES (EL MADRID DEL MISERIAS 2)

Aunque había aparecido mencionado  en otro relato anterior (http://papelesdenuncajamas.blogspot.com.es/2013/11/el-picaro-de-cuando-fernando-fernan.html) es en éste cuando el personaje de "El Miserias" adquiere protagonismo y relevancia. A veces solo, a veces acompañado de "El Profesor" u otros rufianes, "El Miserias" es un pícaro atemporal que recorre las calles de un Madrid desaparecido o a punto de llegar.
En esta ocasión le encontramos en "El Cerro de la Plata" cuando las fábricas en ruinas acogían el lumpen de la capital, una auténtica "Corte de los Milagros" en lo que hoy es la Estación Sur y el Parque Tierno Galván.

 Aceites Barón de Velasco, en el Cerro de la Plata, en la Calle de Luís Peidró. Hacia 1980.


VAGOS Y MALEANTES

En Madrid, siendo las 6,30 horas del sábado 20 de agosto de 1958 comparecen, de una parte, el agente de la Policía Nacional D. Emilio Zapardiel Pantoja; y de otra Ezequiel Sardinas Ruiz, alias El Miserias, hijo de Blas y Petra, nacido en La Puebla de Montalbán (Toledo), sin domicilio conocido y quien dice ser D. Manuel María Vázquez de Arduaga y ejercer de catedrático de Literatura Comparada de la Universidad Complutense de Madrid.
Preguntado el agente a instancias del Sr. Juez Titular sobre las circunstancias que condujeron a la detención de los citados individuos, dice que alrededor de las doce de la noche de autos recibieron denuncia telefónica del vigilante nocturno de “Lejías Maruxa S.L.” acerca de un grave escándalo procedente del puente sobre el Arroyo Abroñigal, en las cercanías del paraje denominado Cerro de La Plata. Que personados los efectivos correspondientes hallaron a los dos detenidos con evidentes signos de intoxicación etílica y acompañados de otro, el cual fue identificado como Lorenzo Expósito Sánchez, alias La Loren, alias La Guarra, siendo conocida su identidad por estar en posesión de numerosos antecedentes policiales.
  Preguntado el agente a instancias del Sr. Juez Titular, dice que el llamado Miserias intentó agredir al vigilante nocturno citado ut supra mientras le acusaba de haberles denunciado por venganza, dado que antes de los hechos el vigilante había resultado perdedor en una partida ilegal de julepe contra los denunciados en la que, al parecer, habíanse jugado los favores de una prima del llamado Miserias, la cual pudiera atender al sobrenombre de La Colgajos, reconociendo el susodicho Miserias, a instancias del Sr. Juez Titular,  el ejercicio de proxenetismo sobre la tal Colgajos; siendo advertido por ello de la circunstancia agravante que en tal incurriera al estar dicho ejercicio expresamente tipificado conforme a derecho, el denominado Miserias responde de forma provocadora e irreverente “Mejor pa mi, a ver si me vuelven a mandar a la Casa de Templanza y por lo menos como caliente”  (sic)
Prosigue el agente declarando que mientras El Miserias era reducido por los efectivos policiales a tal efecto destinados, el que dice llamarse Manuel María Vázquez de Arduaga profería con gran escándalo gritos subversivos  contrarios al Régimen, exactamente “¡Muera Maura!” (sic). Al ser preguntado por el Sr. Juez Titular, el susodicho responde que hallábase recitando fragmentos de la obra de D. Ramón María del Valle Inclán “Luces de Bohemia” en el papel de Max Estrella, y “que si hubiera sido su intención atacar al Glorioso Movimiento habría elegido la obra del simpar Francisco de Quevedo “Miré los muros de la Patria mía” tras lo cual prorrumpe en una diatriba en la que cuestiona el nivel cultural de los presentes, empezando por el Sr. Juez Titular,  por lo que, dada su actitud irrespetuosa y contestataria, el Sr. Juez Titular ordena su ingreso en los calabozos de los juzgados y el inicio de diligencias contra su persona.
Preguntado el agente a instancias del Sr. Juez Titular sobre el paradero del tercer miembro detenido en la redada, éste responde que dicho individuo sufrió un lamentable accidente, al haberse precipitado por la ventana de la dependencia de Comisaría donde se procedía a su interrogatorio, hallándose en estos momentos ingresado en un Hospital de la ciudad. Declara el agente que el conocido como “La Loren” o “La Guarra” ha sido detenido en  múltiples ocasiones por homosexualidad y travestismo. En el interrogatorio mantuvo una conducta altamente agresiva de palabra y obra, mostrando en varias ocasiones sus partes pudendas de forma obscena y provocadora, mientras mentaba a los progenitores de los allí presentes y entonaba coplas por Lola Flores. Hace constar que el detenido fue conminado a deponer su actitud por los agentes, viéndose obligados éstos a hacer uso de la fuerza según la normativa vigente. Preso de la furia y el alcohol, el detenido, sin que los asistentes pudieran hacer nada por impedirlo, se arrojó por la ventana diciendo “A mí no me volvéis a mandar a Fuerteventura, asquerosas, que no me gusta el nabo del Capellán” (sic)
[...] 
            Lo cual como Secretario doy fe y pongo en conocimiento de la Autoridad Judicial para la asunción de medidas según lo explicitado en el número segundo, artículo sexto de la Ley de Vagos y Maleantes de 4 de agosto de 1933, modificada el 15 de julio de 1954.
           



sábado, 24 de enero de 2015

LA SIRENA DEL MANZANARES

Este relato está especialmente dedicado a mis vecinos y amigos del grupo de Facebook "NO ERES DE ARGANZUELA SI..." , de los que disfruto y aprendo cada día.




LA SIRENA DEL MANZANARES

Se dijo que fueron unas lavanderas que hacían la colada bajo el Puente de Toledo quienes la vieron llegar flotando sobre la superficie del agua, arrastrada por la corriente. Primero creyeron que era un tablón de madera que alguien había tirado al agua; después pensaron en un cadáver y comenzaron a asustarse. Cuando aquello giró hacia la orilla y se quedó encallado entre los juncos, pudieron comprobar, atónitas, que se trataba de una sirena.

— ¿Qué quiere decir atónitas?
—Extrañadas, perplejas.
— ¿Y cómo era la sirena?
—Pues no se parecía a la de Andersen, al contrario: se asemejaba más bien a un monstruo...  ¿continuamos?
—Sí. Venga, sigue.

La sirena del Manzanares era pequeña, apenas llegaba a medio metro. Su piel era de un leve color azulado, casi transparente, tan fina que permitía ver sus órganos internos: su cerebro, su estómago, sus pulmones y su corazón que latía tan rápido como el galope de un caballo. No tenía nariz, tampoco labios, y su boca era un agujero negro de la que salían unos dientes iguales y afilados, parecidos a  los de las merluzas. No tenía pelo a no ser que se considerara pelo a unas guedejas, quizá algas, que le colgaban de la coronilla calva.
—¿Tenía ojos?

—Sí. Eran verdes, totalmente verdes. Sin la parte blanca que tenemos los humanos; tampoco pupila, ni párpados, pestañas y cejas. Sin embargo, una lavandera dijo en el periódico que en esos ojos podía leerse que tenía mucho miedo.
— ¿Y brazos?
-—Dos. Largos y muy delgados, que terminaban en unas manos finísimas con los dedos unidos por una membrana, como los patos, y unas uñas largas y afiladas, también verdes.
— ¿Y tenía cola de pez?
—Bueno, no era precisamente una cola de pez. Tampoco tenía escamas. Lo cierto es que sus piernas estaban unidas y le faltaban los pies.
— ¿Era sirena o sireno?
—Pues mira, a eso no te puedo responder. Que yo sepa nadie dijo nada, ni a mí se me ocurrió preguntárselo a mi abuela. No era tan curiosa como tú...

—Sigue, abu. ¿Qué le pasó a la sirena?

Las lavanderas se asustaron muchísimo y corrieron a avisar a los bomberos de la Puerta de Toledo para que se hicieran cargo de aquel ser tan extraño. Alguien corrió la voz y, en un periquete, allí se formó la de San Quintín: los vecinos de las Pirámides y los Carabancheles  acudieron incluso antes que los guardias. Se cerraron tabernas, talleres y comercios. Todos los reporteros de la ciudad tomaron pluma y papel para no dejar detalle sin contar en sus crónicas. Llamaron a los fotógrafos que se apostaban alrededor de Palacio para que tomaran imágenes de aquel prodigio, aunque, extrañamente, no salió visible en ninguna de ellas. La noticia se extendió por la ciudad con la velocidad del rayo. Incluso, dicen, llegó a la Corte, pero allí no se enteraron porque se hallaban de veraneo en Santander, tomando baños de olas...

— ¿Y la sirena?

—La pobrecita chillaba. Chillaba de una forma extraordinaria, como antes nunca se había escuchado. Chillaba, dicen, para mantener alejada a la gente que se agolpaba a su alrededor. El caso es que pronto se dieron cuenta de que se estaba muriendo.
— ¿Por qué, abu, cómo lo supieron?
—Pues verás, me contaron que empezó a secarse. Sí. Su piel se apagaba y se volvía más oscura, más opaca y tiesa, como un pergamino. Su corazón ya no era un caballo al galope, al contrario, sonaba cada vez más débil y más lento. Pronto dejó de gritar y sus ojos se quedaron sin brillo. La gente, de repente, comprendió lo que estaba a punto de pasar y guardó un respetuoso silencio. Sólo pudo oírse, muy bajito, una oración.
— ¿Se murió?
—Sí, cielo mío, así fue. A pesar de que le echaron cubos y cubos de agua, como hacen con las ballenas que se quedan varadas en las playas, la sirena del Manzanares se murió.
— ¿Y la enterraron?
—Pues ahora viene la parte más extraña de la historia. Verás: los hombres sabios de la ciudad decidieron estudiar a la sirenita, y, para ello, debían hacerle una autopsia. Quizá luego la disecarían y la expondrían para que todo el mundo, incluido el Rey, pudiera verla. Así que la llevaron en un tonel con agua hacia el Museo de Ciencias Naturales, el que está en la Castellana...
— ¿El que tiene el diplodocus?
—Eso es, chica lista. Emprendieron el camino, cruzando la ciudad. La gente, emocionada, seguía el carro que portaba el cuerpo de la sirena, rezando como si fueran en procesión cuando, al llegar a la fuente de Neptuno, de repente la sirena se puso en pie, señaló al dios con su índice palmeado de uñas largas y verdes y emitió un agudo chillido. Imagínate. La comitiva de madrileños se quedó petrificada. Nadie sabía qué hacer además de taparse los oídos, hasta que dos lavanderas y un zapatero que tenía un taller en La Melonera, cogieron el tonel a pulso, lo bajaron y echaron a la sirena al agua de la fuente.

— ¿Y qué pasó con la sirena?
 —Pues verás, a partir de ese momento a la historia le pusieron varios finales. Hay quien dice que el Rey, enterado del asunto, se apenó de ella y ordenó que fuera devuelta al mar; otros dijeron que la sirena, pequeñita como era, consiguió colarse por el desagüe de la Fuente de Neptuno y que, desde allí, siguiendo el curso del río, llegó al Jarama, después al Tajo y por fin al Atlántico; otras versiones dicen que desde entonces vive en el estanque del Retiro. Nadie sabe con certeza qué pasó con la sirena.
— ¿Y tú qué crees, abu?
—A mí me gusta creer que está en el Retiro. Por eso, mañana, si te mejoras, podemos ir allí y echarle pan para que coma. Para que como ella y de paso los patos.
—Abu... pero no es verdad. Todo es un cuento que me cuentas a mí, como a ti te lo contó tu abuela. El Manzanares es un río demasiado pequeño para que haya sirenas...
—Entonces mejor no te cuento lo que ocurrió cuando se vio llegar una ballena por El Pardo...
— ¡Sí, abu! ¡Sí, sí, sí, sí, sí!
—Mejor mañana, cuando vayamos al Retiro a dar de comer a la sirena. Ahora, dame un beso y...a dormir.