Atención:

Licencia Creative Commons
Papeles de Nunca Jamás por Esther Requena se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-LicenciarIgual 3.0 Unported.

viernes, 10 de mayo de 2013

LA VERDADERA HISTORIA DE LOS REMEDIOS DE FRAY JEROMITO









LA VERDADERA HISTORIA DE LOS REMEDIOS DE FRAY JEROMITO

En lo alto del monte Piélago, el humilde cenobio resistía, aunque macilento, a los envites del viento y a las brasas que mandaba el sol.
Fray Jeromito cuidaba del herbario que abastecía la botica con más empeño que destreza, puesto que Natura no había compensado sus escasas luces con el llamado “dedo verde”, ese veleidoso don que permite que algunos elegidos sean capaces de cultivar rosas en las dunas del desierto. Al contrario, y para disgusto del resto de la Comunidad, al hermano Jeromito se le morían de pena hasta los geranios, cuando no la yerbaluisa por anegación o incluso el duro estragón de puro agotamiento.
El caso es que el buen frailecico se devanaba y devanaba la sesera buscando remedios para sus pobres macetillas, penando más por el paupérrimo servicio que deparaba a sus hermanos que por su propio orgullo. Sobre todo sufría enormemente por la delicada salud del Abate Sulpicio, la mejor persona que había conocido sobre la faz de la Tierra. El buen padre llevaba muchas lunas aquejado del mal del sueño, padeciendo largas noches de vigilia y días de melancólica apatía. Fray Jeromito veía consumirse el ánimo antaño vivaz de su mentor y lamentaba enormemente que el anciano hermano boticario no le hubiera enseñado más de pócimas y sinapismos antes de perder la chaveta para siempre.
Una tarde de mayo osó Jeromito salir sin compaña por los alrededores con el fin de airear su mente solazándose en la contemplación de las maravillas con que el Señor había dotado a la primavera en el monte. Soplaba una leve brisa que mecía los matojos de brezo pintados de púrpura y la miríada de flores anaranjadas que tapizaban el suelo. Todo el Piélago olía a la Gloria de Dios y el humilde fraile sintió tanta paz en su interior que se tumbó entre las flores y, en sintiendo su sutil esencia por todos los poros de la piel, contempló el ir y venir de las nubes con sus extrañas formas e incluso el vuelo del águila hasta sentirse volar con ella…De repente una presencia se interpuso entre él y sus ensueños e, incorporándose de un salto, se diría que pasó del Paraíso al Infierno, pues sus ojos soñolientos vieron una vieja negra como una pesadilla y retorcida como un sarmiento.
― No tema el buen fraile, pues esta anciana no le hará mal. Sólo vengo a recoger las flores del monte antes de que el calor las agoste.
Y en esas sacó de entre las faltriqueras una minúscula guadaña con la que se aplicó en cortar los gráciles tallos de las flores para formar con ellos ramilletes.
― Atienda el hermano: comience por dar al abate, antes de dormir, una infusión tibia de flores en un cuartillo de agua de manantial y hágale rezar las oraciones que le enseñó su madre hasta que el sueño le llegue.

Fray Jeromito, receloso, abrió la boca para preguntar, pero ella le conminó con un gesto airoso de su retorcido dedo negro.
― Y cuando el buen Sulpicio recobre el dormir, sólo dígale el fraile que Juana de Pelahustán no olvida y que le regala su magia tan pura como el Padre Piélago que nos acoge.

Así lo hizo y, al pasar dos lunas, el Abate había recuperado el descanso, no así la sonrisa ni la prestancia de ánimo. Jeromito entonces volvió a escapar de los desvencijados muros del cenobio, pues sentía de nuevo la presencia de la anciana que tan buen recado le había proporcionado anteriormente. Efectivamente la halló, esta vez rebuscando entre los piornos y los berrocales. Buscaba nidos de víboras.

Cuando le vio, sacó unas semillas de entre el amasijo de trapos que componían su atuendo y, entregándoselas, le dijo:

― Plante el hermano esta simiente en lugar recogido mas soleado. En poco tiempo verá crecer la planta nombrada como “La Mano del Bien”. Corte y seque las hojas y componga un sahumerio para el buen abate. Cuando él recobre la pujanza y su boca vuelva a reír, dígale que Juana de Pelahustán no olvida, y que le dona su magia, tan pura como el Padre Piélago que nos acoge.

Hizo Jeromito lo que se le había encomendado y, tal y como había sido previsto, los sahumerios obraron y la risa del Abate Sulpicio volvió a resonar intramuros. Tanto bien le hizo que ordenó que todos los monjes se beneficiaran de los sahumerios tras completas, antes de recluirse en las celdas, buena costumbre que combinaban con la infusión mágica de flores. Cuando hubo oportunidad de preguntar sobre las extrañas palabras de Juana de Pelahustán, el Abate respondió:
― Existe una magia pura, hermano, la que Naturaleza nos regala desde antaño. Pero no todos lo entienden, hijo mío. Yo sí, gracias a la Juana, a la que defendí tiempo atrás…

Pronto la noticia de las benéficas recetas de Fray Jeromito se propagaron por todo el feudo, más tarde por todo el reino y llegaron hasta el mismo Papa de Roma.

Desde entonces se dice que tanto el Papa como los Príncipes de la Iglesia las usan antes de los cónclaves para que la intercesión del Espíritu Santo les pille con la mente en blanco antes de decidir.

(Lo que no sabemos es si oran en agradecimiento a Fray Jeromito y a Juana de Pelahustán)


Nota: A finales de los 90, la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha y el Ministerio de Sanidad procedieron a incinerar hasta el exterminio las flores llamadas “Amapolas naranjas” que poblaban el monte del Piélago, en la Sierra de san Vicente (Toledo), consideradas altamente tóxicas por ser potentes opiáceos. La gente de la comarca usaba esas flores para aplacar los nervios y conseguir que los niños pequeños conciliaran el sueño. Esto es totalmente cierto. La imaginación de la autora añade que en las ruinas de, Monasterio del Piélago también se descubrió una plantación de marihuana. ¿O también ocurrió realmente?




viernes, 3 de mayo de 2013

CONJUNTO VACIO









CONJUNTO VACIO

Me dijo que me dejaba, que yo no era nadie, que yo no era nada...
Entonces me morí.
(Creo)

Me rodeaba un silencio espeso, como de leche. No sé si había cerrado mis ojos, no sé si tenía ojos.
No veía.
Al principio no veía nada.
Después apareció ante mí, no sé si de repente; quizá ya estuviera antes, pero yo, al tener los ojos cerrados (aunque puede que no tuviera ojos), no me había dado cuenta de su presencia.

Era una gran esfera, con una especie de lanza de luz que le atravesaba en diagonal. Flotaba. Todo en ella resultaba fútil, inane, vacuo, insustancial...

-Vaya cosa tonta de esfera- pensé

(de donde colegí que los muertos conservan la capacidad de pensar. O algo parecido)

Sin embargo, la esfera ejercía sobre mí una poderosa atracción que me arrastraba hacia su interior al mismo tiempo que el silencio de leche cuajó en un mensaje, posiblemente dirigido especialmente para mí:

“SI NO ERES NADIE, SI NO ERES NADA ¡ÉSTE ES TU SITIO!”

Me dejé llevar hasta el interior, impelida por esa fuerza magnética que manaba de su interior. De repente me invadió un temor antiguo, un interrogante que me llegaba desde lo más arcano, desde los días de la primera infancia, cuando aún creía en los mitos:
― ¿Voy a entrar en el cielo o en el infierno?

(Pienso, sinceramente, que la primera obligación del difunto reciente es saber a dónde dirigirte)

Pero poco importaba porque mi voluntad, de por sí dubitativa (hay costumbres que no cambian tanto si se está vivo como si se está muerto) no atesoraba suficiente poder como para anular la fuerza que me succionaba, que no  contemplaba ni respetaba lo que es el libre albedrío, en este caso decidir entrar o no entrar en la esfera.
O sea, que pasé.

BIENVENIDA AL CONJUNTO VACÍO
Saludaba un cartel parpadeante, (de luces leds de bajo consumo, como muchas de las esculturas vanguardistas que colgaban de las paredes de la Tate , a las que fui tan aficionada en vida. A la escultura vanguardista, aclaro)

― ¡El conjunto vacío!―Media vida preguntándome para qué coño servía semejante memez y héte aquí que era (digamos) el limbo, al menos lo que así llamábamos antes del Papa Wojtila lo clausurara ad aeternum.

El limbo estaba animado. Me recordaba, bastante, a un centro comercial y de ocio, al pie de la M-40, que cerraron por la crisis, y cuya estructura en anillos superpuestos podía recordar ligeramente a las antiguas ilustraciones de los Jardines de Babilonia. Claro, que en ese estadio de eternidad en el que me hallaba sumida, resultaba mejor referente el Paraíso del Dante. Donde va a parar…
Sin embargo, lo importante residía en los pobladores de tan curioso ¿espacio?
Dirigí mis pasos ( tan etéreos) al fondo, a la derecha. Pero luego me lo pensé mejor y, valorando las ventajas que reporta el triunfo sobre la gravedad (allí flotaba todo), ascendí todo lo posible en postura “Santa en estado de gracia” con el fin de obtener una visión cenital, ya puestos…
Acababa de llegar, como quien dice, cuando me tocaron ligeramente el hombro (si es que aún tenía hombro, porque al estar muerta, posiblemente fuera incorpórea del todo)
Era una hache.
Monísima, de tipo bastardilla inglesa de rancio abolengo.
― Comprende―se explicó― que para algo más teníamos que valer, aparte de nuestro indudable valor etimológico.
Siempre me cayeron muy bien las haches mudas, no me extraña que las hubieran elegido como demiurgos.
Me tomó la talla.
― Es para saber dónde ubicarte.
Pero como no tenía nada para apuntar prefirió ir recorriendo las diferentes secciones, por ver dónde mejor encajaba, según mi perfil.
― Porque…― me preguntó― ¿Tú llegaste a nacer?
―Pues claro.
― Entonces ni nos acercamos a “Huevos hueros”, que está superpoblado.

Le dije que se detuviera un momento en “Palabras vacías”. Quería inspeccionarlas con detenimiento, no fuera que (por casualidad, nunca se sabe) al final fuera cierto lo de la reencarnación y se me cumpliera aquel viejo anhelo de convertirme en escritora. En otra vida, claro.
La vi. A todas: a “bonito-a”; a “cosa”, a “o sea”, a “lo que viene siendo”. Preposiciones, artículos, conjunciones…todas esas pequeñeces que no tenían culpa de nada.
Nos fuimos enseguida.

Creo que la hache se percató del motivo de mi curiosidad. Entonces me conminó a que me preparara porque consideraba necesario que conociera, por si acaso me reencarnaba, el lugar más temido por el artista:
― Pero… ¿esto qué es?
― El lugar donde penan las páginas en blanco.
― Vámonos de aquí.
― Luego, supongo que tampoco te interesan los lienzos en blanco.
― Para nada.
Y continuamos.

― ¿Cómo andabas de apetito en tu niñez?
― Normal.
― Entonces tampoco nos detendremos en “No me come nada”
Dejamos a un lado una curiosa sección de trajes y vestidos de toda época y tallaje, bastante sosos.

“No me dice nada”― se llama esta zona. ¿Te interesa?
― No.

Continuamos, una y otra vez: encontramos ecuaciones y fórmulas de todo tipo, de las más sencillas a las más complejas, en todas su resultado final era = 0. Pasamos por las ciudades y pueblos más tranquilos que habían existido en cualquier tiempo y lugar, aquellos en los que nunca pasaba nada…
La hache empezaba a hartarse. Se paró y realizó algunos estiramientos…

― Vamos a ver, vamos a ver― me dijo ligeramente hastiada― ¿Tú has sido interrogada sobre algún suceso, digamos…luctuoso?
― ¿Interrogada?, ¿dónde?
― Pues dónde va a ser: en un juicio, en un programa de televisión…
― No
― ¿Nunca has dicho “No he visto nada”?
― Creo que no.
― ¿Y no he oído nada?
― Tampoco.

Me miró preocupada y murmuró algo sobre “un error”
― Pero vamos a ver, ¿a ti quién te ha mandado aquí?
― Nadie. Yo me he muerto y después, al recobrarme, me envolvía un silencio de leche.
― Pero tú no estás muerta.
― ¿Cómo que no? Le cuento: mi novio me dejó, me dijo que no era nadie, que no era nada…y entonces me morí.
― ¿Y tú te creíste sus palabras?
― Pues…sí.
― ¡Qué juventud, qué juventud! ¡ No creen en nada, no tienen nada en la cabeza! Anda, vete por dónde has venido y olvídate del novio y de las tonterías…
― Entonces… ¿Esto no es La Nada?
― No, guapita, esto sólo consiste en que te has pasado con el Orfidal.

Entonces me desperté. Con dolor de cabeza.
Por las ventanas abiertas al patio de luces entraba un rico olorcillo a tortilla de patatas y el eco de una hermosa canción.

Rien de rien.