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jueves, 21 de noviembre de 2013

EL PÍCARO (De cuando Fernando Fernán Gómez se empleó de asustaviejas)







EL PÍCARO


Cap. IV: De cuando Fernán de Gómez se empleó de asustaviejas.

Aconteció que una vez recuperados mis pobres huesos de la tunda de aquellos cabezas rapadas, víme de nuevo en la santa calle y con la panza mal acostumbrada a las sopas y purés de la Seguridad Social.
Durante tres días vagué por las muchas obras que en la Capital se hacían, buscando empleo de peón de albañil y encontrándome con que oficiales y capataces preferían dar trabajo a otros desharrapados pero de distinta color de tez que, al carecer de papeles, carecían asimismo de derechos y contentábanse con limosna en vez de sueldo.
Más quiso Fortuna que El Miserias volviera a cruzarse en mi camino y, buen conocedor de albergues y sitios de caridad donde descansar huesos y aliviar gazuza, ofrecióme auxilio y yo, convencido por los palos recibidos de que no es lugar seguro para reposo un buen lecho de cartones, accedí gustoso a ello, aunque precavido, pues de sobra conocía las triquiñuelas del Miserias, más empeñado en vivir sin arrimar el hombro que en hallar ocupación honesta cual era mi caso.
Poco tardé en confirmar mis temores, ya que mi compañero vino en proponerme negocio, el cual tan fácil parecía que al instante tuve sospecha. Consistía en compartir techo con otros tantos mendas, mas con el encargo de causar destrozos y organizar timbas y saraos estrepitosos y a deshora. A cambio, además de cobijo, recibiríamos cumplido jornal.
El inmueble en cuestión hallábase sito en la Calle de la Luna y era más esqueleto de ballena que edificio habitable. Ocupamos junto al resto del clan de alborotadores lo que en tiempos pudo ser ático, hoy cochiquera, y, cada vez que obligado me veía a subir y bajar por aquellas escaleras sin luz que alumbrara, temía caerme hasta el infierno, pues los peldaños, de roídos, parecíanme de papel más que de madera y tal era el crujir en la pisada que semejaba a aquel que dicen de los dientes de condenados en el Averno.
Pronto me dio el entendimiento en conocer que había hecho acuerdo sólo para alejar de aquel antro al resto de vecinos, gente de mucha edad y mucha pobreza, con el fin de que los patrones dispusieran a su gusto y sin mucho gasto de aquel emplazamiento para futuras y carísimas construcciones, lo que más riqueza les deparase. Aunque asqueado, el bisnes permitíame cierta bonanza, tan añorada otrora, mientras continuaba vía crucis en busca de laboro. Y en eso continué, acallando conciencia, mientras pasaba las noches aguantando regaettones y curdas de los demás, entregados a cumplir su encargo con pasión.
Mas poco dura la dicha en la casa del pobre, pues héte aquí que los oros se volvieron bastos una tarde que regresaba de mi habitual periplo y encontréme, en el zaguán, con una viejecita cargada como mula, con incontables bolsas de comida, apenas arrastrándolas por el mugroso suelo. En el fondo de mis tripas removióseme un sentimiento antiguo, no mariposas, como acostumbran a decir de los enamorados los afectados por el ridículo y la cursilería, sino más bien la añoranza de madre, pues, no habiendo conocido a la mía, dióle al magín por pensar si de estar viva podría hallarse en tal situación, sin socorro de mozo que cargar sus bolsas pudiera. Así que, tocado por gentileza acudí presto en su amparo, con tal mala ventura que, en estando en el tercer piso, rugió la madera con tal estrépito que fuera aún mayor en comparanza y fiereza con la erupción del Vesubio que acabó con Pompeya, y derrumbóse la escalera arrastrándome con ella en su bajada, así como las bolsas de la señora vecina.
Y de nuevo hállome en el lecho del dolor en el hospital del que había salido apenas una semana antes. Las sopas y purés que hicieron mi delicia no son sino caldo a tomar con pajita, pues el episodio de la escalera dejó mi boca viuda de dientes, acompañada en el duelo por quebranto de tibias y peronés. Cierto es que al dolor de encontrarme en tan lamentable estado súmase el pavor a ser de nuevo puesto en circulación, pues es sabido que el desplome fue noticia a destacar en los informativos locales, destapándose a su vez la trama de desalojo inducido del vecindario de la Calle de la Luna. Por esta razón el colega Miserias, sus compadres de cuitas y los amos del negocio, andan clamando venganza contra mi persona, jurándome matarile en cuanto les llegue oportunidad.
Así pues, aprovecharé la mi nueva condición de héroe para rogar ante las cámaras por un empleo decoroso, pues en servirse de fama para noble fin no existe pecado.
Como dijo el otro, la vida es un extraño viaje. 

Pudiera ser.

sábado, 12 de octubre de 2013

ILEGALES




ILEGALES
Habían avistado las tres embarcaciones a poniente de Playa Grande aquella misma mañana y, aunque el Protocolo de Emergencias y Salvamento Marítimo requería discreción absoluta sobre el operativo, la noticia había volado de unos a otros con la velocidad del águila.
En el horizonte se recortaban las siluetas de las tres naves. Grandes y grotescas, cascarones inapropiados para cualquier travesía en aquellas escarpadas costas. Nadie en su sano juicio hubiera intentado tal aventura de no hallarse desesperado, de no tener nada que perder salvo la vida.
Famélicos, harapientos, comidos de salitre y piojos, apoyándose los unos en los otros, apenas sosteniéndose en pie, aquellos náufragos de extraña fisonomía bajaban de los botes de salvamento e iban llegando con dificultad a la arena de la playa. Pronto se apiñaron alrededor del más alto de ellos, que portaba majestuosamente dos maderos cruzados.

-Debe ser el jefe- le dijo a su marido- Acércate tú primero, leñe, que no se diga, que para eso eres tú el Jerarca De Turno y ellos los intrusos.

Él, una vez más, obedeció sin rechistar a su mujer y se adelantó hacia los desarrapados, abriendo los brazos en señal de bienvenida.

- Pues no, el jefe debe ser el del corte de pelo a tazón- dijo ella a su cuñada, que había corrido a primera fila en cuanto vio hueco libre.
- No sé, hija, a mí todos los blancos me parecen iguales.
-A mi por un lado me dan mucha pena, porque oye, derecho a una vida digna todo el mundo tiene. Pero por otro lado...
-Es que luego está el efecto llamada. Primero vienen éstos, luego van trayendo a las familias, a los vecinos y, cuando nos queremos dar cuenta...
-Aparte que no podemos dejar la puerta abierta a que pasen sin ningún control, que luego las demás naciones nos ponen verdes.
-Que digo yo que lo de los palos cruzados que lleva el alto...¿qué será?
-Pues alguna costumbre rara de sus países. ¡Fíjate! Si la está clavando en la playa...
-Y ahora se arrodillan y cantan a la vez; ¡igual es algún conjuro y nos pegan algo!
-Calla, mujer, no seas supersticiosa, y apártate un poco que no me dejas ver.

El hombre del corte de pelo a tazón se aproximó al Jerarca De Turno y le tendió con ridícula solemnidad un pergamino ajado y sucio.

-¡Que venga el Intérprete!- ordenó el Jerarca De Turno

El Intérprete estudió con detenimiento el manuscrito y no tardó en emitir su dictamen:

-Por lo que puedo entender (ya veis la obsoleta tecnología que gasta esta gente) aquí se dice que toman posesión de estas tierras en nombre del Rey y la Reina, sus señores.
-¡Me parto!
Levantó la mano entonces el Jerarca Anterior, un hombre sensato y prudente, de sólida autoridad moral pero con cierta tendencia a sentar cátedra cuando hablaba en público.

-¡Compañeros y compañeras! Mucha sangre y sufrimiento nos ha costado conseguir el estado de bienestar que ahora gozamos. Siglos de lucha y esfuerzo para que imperen los sagrados valores que conforman las señas de identidad de nuestra cultura, de nuestra civilización: la vuelta a la Naturaleza, la abolición de la propiedad privada y los bienes materiales, la autodeterminación en sistema asambleario, la concordia, el diálogo, el respeto, la cultura, el amor libre...Si ahora dejamos que se instalen entre nosotros estos seres incultos y atrasados, que aún son súbditos de arcaicas monarquías, corremos el peligro de que nuestra civilización sea de nuevo pasto de la codicia, de que nuestros ideales se fagociten en los suyos. Porque, no nos engañemos, esta gente no se integra. Estamos ante una invasión y...

- No exageres, Jerarca Anterior. Tampoco les vamos a dejar que se mueran de hambre- le interrumpió una joven- A nosotros nos sobra, ¿por qué no compartir?

El Jerarca De Turno, hombre práctico donde los hubiera, zanjó la discusión antes de que se eternizara. Contempló a los náufragos. No podía cerrar los ojos ante la evidencia:

-Intérprete, pídeles el visado de entrada al país
-No tienen, Jerarca De Turno
-Pues entonces está claro, debemos deportarlos. Cuando estén repuestos, eso sí, que no somos criminales. Que llenen sus navíos de agua suficiente, y también de patatas y tomates, que cunden mucho. Dadles unos esquejes para que las planten en su tierra. ¡Ah! Y también tabaco, cacao...y un poquito de oro, que gusta mucho a los reyes si no recuerdo mal. Intérprete, pregunta al hombre del corte de pelo a tazón cómo se llama

-Dice que se llama Cristóbal Colón y que nos ha descubierto.
-Pues qué bien
-Y que la tierra es redonda.

Aquella barbaridad provocó la carcajada general de todos; incluso contagió a los hombres blancos. Dicen que de aquella comunión de risas nació una nueva Edad de la Historia, lamentablemente no hay crónica que lo recoja. 

Al fin y al cabo, la Historia siempre la cuentan los vencedores.

viernes, 10 de mayo de 2013

LA VERDADERA HISTORIA DE LOS REMEDIOS DE FRAY JEROMITO









LA VERDADERA HISTORIA DE LOS REMEDIOS DE FRAY JEROMITO

En lo alto del monte Piélago, el humilde cenobio resistía, aunque macilento, a los envites del viento y a las brasas que mandaba el sol.
Fray Jeromito cuidaba del herbario que abastecía la botica con más empeño que destreza, puesto que Natura no había compensado sus escasas luces con el llamado “dedo verde”, ese veleidoso don que permite que algunos elegidos sean capaces de cultivar rosas en las dunas del desierto. Al contrario, y para disgusto del resto de la Comunidad, al hermano Jeromito se le morían de pena hasta los geranios, cuando no la yerbaluisa por anegación o incluso el duro estragón de puro agotamiento.
El caso es que el buen frailecico se devanaba y devanaba la sesera buscando remedios para sus pobres macetillas, penando más por el paupérrimo servicio que deparaba a sus hermanos que por su propio orgullo. Sobre todo sufría enormemente por la delicada salud del Abate Sulpicio, la mejor persona que había conocido sobre la faz de la Tierra. El buen padre llevaba muchas lunas aquejado del mal del sueño, padeciendo largas noches de vigilia y días de melancólica apatía. Fray Jeromito veía consumirse el ánimo antaño vivaz de su mentor y lamentaba enormemente que el anciano hermano boticario no le hubiera enseñado más de pócimas y sinapismos antes de perder la chaveta para siempre.
Una tarde de mayo osó Jeromito salir sin compaña por los alrededores con el fin de airear su mente solazándose en la contemplación de las maravillas con que el Señor había dotado a la primavera en el monte. Soplaba una leve brisa que mecía los matojos de brezo pintados de púrpura y la miríada de flores anaranjadas que tapizaban el suelo. Todo el Piélago olía a la Gloria de Dios y el humilde fraile sintió tanta paz en su interior que se tumbó entre las flores y, en sintiendo su sutil esencia por todos los poros de la piel, contempló el ir y venir de las nubes con sus extrañas formas e incluso el vuelo del águila hasta sentirse volar con ella…De repente una presencia se interpuso entre él y sus ensueños e, incorporándose de un salto, se diría que pasó del Paraíso al Infierno, pues sus ojos soñolientos vieron una vieja negra como una pesadilla y retorcida como un sarmiento.
― No tema el buen fraile, pues esta anciana no le hará mal. Sólo vengo a recoger las flores del monte antes de que el calor las agoste.
Y en esas sacó de entre las faltriqueras una minúscula guadaña con la que se aplicó en cortar los gráciles tallos de las flores para formar con ellos ramilletes.
― Atienda el hermano: comience por dar al abate, antes de dormir, una infusión tibia de flores en un cuartillo de agua de manantial y hágale rezar las oraciones que le enseñó su madre hasta que el sueño le llegue.

Fray Jeromito, receloso, abrió la boca para preguntar, pero ella le conminó con un gesto airoso de su retorcido dedo negro.
― Y cuando el buen Sulpicio recobre el dormir, sólo dígale el fraile que Juana de Pelahustán no olvida y que le regala su magia tan pura como el Padre Piélago que nos acoge.

Así lo hizo y, al pasar dos lunas, el Abate había recuperado el descanso, no así la sonrisa ni la prestancia de ánimo. Jeromito entonces volvió a escapar de los desvencijados muros del cenobio, pues sentía de nuevo la presencia de la anciana que tan buen recado le había proporcionado anteriormente. Efectivamente la halló, esta vez rebuscando entre los piornos y los berrocales. Buscaba nidos de víboras.

Cuando le vio, sacó unas semillas de entre el amasijo de trapos que componían su atuendo y, entregándoselas, le dijo:

― Plante el hermano esta simiente en lugar recogido mas soleado. En poco tiempo verá crecer la planta nombrada como “La Mano del Bien”. Corte y seque las hojas y componga un sahumerio para el buen abate. Cuando él recobre la pujanza y su boca vuelva a reír, dígale que Juana de Pelahustán no olvida, y que le dona su magia, tan pura como el Padre Piélago que nos acoge.

Hizo Jeromito lo que se le había encomendado y, tal y como había sido previsto, los sahumerios obraron y la risa del Abate Sulpicio volvió a resonar intramuros. Tanto bien le hizo que ordenó que todos los monjes se beneficiaran de los sahumerios tras completas, antes de recluirse en las celdas, buena costumbre que combinaban con la infusión mágica de flores. Cuando hubo oportunidad de preguntar sobre las extrañas palabras de Juana de Pelahustán, el Abate respondió:
― Existe una magia pura, hermano, la que Naturaleza nos regala desde antaño. Pero no todos lo entienden, hijo mío. Yo sí, gracias a la Juana, a la que defendí tiempo atrás…

Pronto la noticia de las benéficas recetas de Fray Jeromito se propagaron por todo el feudo, más tarde por todo el reino y llegaron hasta el mismo Papa de Roma.

Desde entonces se dice que tanto el Papa como los Príncipes de la Iglesia las usan antes de los cónclaves para que la intercesión del Espíritu Santo les pille con la mente en blanco antes de decidir.

(Lo que no sabemos es si oran en agradecimiento a Fray Jeromito y a Juana de Pelahustán)


Nota: A finales de los 90, la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha y el Ministerio de Sanidad procedieron a incinerar hasta el exterminio las flores llamadas “Amapolas naranjas” que poblaban el monte del Piélago, en la Sierra de san Vicente (Toledo), consideradas altamente tóxicas por ser potentes opiáceos. La gente de la comarca usaba esas flores para aplacar los nervios y conseguir que los niños pequeños conciliaran el sueño. Esto es totalmente cierto. La imaginación de la autora añade que en las ruinas de, Monasterio del Piélago también se descubrió una plantación de marihuana. ¿O también ocurrió realmente?




viernes, 3 de mayo de 2013

CONJUNTO VACIO









CONJUNTO VACIO

Me dijo que me dejaba, que yo no era nadie, que yo no era nada...
Entonces me morí.
(Creo)

Me rodeaba un silencio espeso, como de leche. No sé si había cerrado mis ojos, no sé si tenía ojos.
No veía.
Al principio no veía nada.
Después apareció ante mí, no sé si de repente; quizá ya estuviera antes, pero yo, al tener los ojos cerrados (aunque puede que no tuviera ojos), no me había dado cuenta de su presencia.

Era una gran esfera, con una especie de lanza de luz que le atravesaba en diagonal. Flotaba. Todo en ella resultaba fútil, inane, vacuo, insustancial...

-Vaya cosa tonta de esfera- pensé

(de donde colegí que los muertos conservan la capacidad de pensar. O algo parecido)

Sin embargo, la esfera ejercía sobre mí una poderosa atracción que me arrastraba hacia su interior al mismo tiempo que el silencio de leche cuajó en un mensaje, posiblemente dirigido especialmente para mí:

“SI NO ERES NADIE, SI NO ERES NADA ¡ÉSTE ES TU SITIO!”

Me dejé llevar hasta el interior, impelida por esa fuerza magnética que manaba de su interior. De repente me invadió un temor antiguo, un interrogante que me llegaba desde lo más arcano, desde los días de la primera infancia, cuando aún creía en los mitos:
― ¿Voy a entrar en el cielo o en el infierno?

(Pienso, sinceramente, que la primera obligación del difunto reciente es saber a dónde dirigirte)

Pero poco importaba porque mi voluntad, de por sí dubitativa (hay costumbres que no cambian tanto si se está vivo como si se está muerto) no atesoraba suficiente poder como para anular la fuerza que me succionaba, que no  contemplaba ni respetaba lo que es el libre albedrío, en este caso decidir entrar o no entrar en la esfera.
O sea, que pasé.

BIENVENIDA AL CONJUNTO VACÍO
Saludaba un cartel parpadeante, (de luces leds de bajo consumo, como muchas de las esculturas vanguardistas que colgaban de las paredes de la Tate , a las que fui tan aficionada en vida. A la escultura vanguardista, aclaro)

― ¡El conjunto vacío!―Media vida preguntándome para qué coño servía semejante memez y héte aquí que era (digamos) el limbo, al menos lo que así llamábamos antes del Papa Wojtila lo clausurara ad aeternum.

El limbo estaba animado. Me recordaba, bastante, a un centro comercial y de ocio, al pie de la M-40, que cerraron por la crisis, y cuya estructura en anillos superpuestos podía recordar ligeramente a las antiguas ilustraciones de los Jardines de Babilonia. Claro, que en ese estadio de eternidad en el que me hallaba sumida, resultaba mejor referente el Paraíso del Dante. Donde va a parar…
Sin embargo, lo importante residía en los pobladores de tan curioso ¿espacio?
Dirigí mis pasos ( tan etéreos) al fondo, a la derecha. Pero luego me lo pensé mejor y, valorando las ventajas que reporta el triunfo sobre la gravedad (allí flotaba todo), ascendí todo lo posible en postura “Santa en estado de gracia” con el fin de obtener una visión cenital, ya puestos…
Acababa de llegar, como quien dice, cuando me tocaron ligeramente el hombro (si es que aún tenía hombro, porque al estar muerta, posiblemente fuera incorpórea del todo)
Era una hache.
Monísima, de tipo bastardilla inglesa de rancio abolengo.
― Comprende―se explicó― que para algo más teníamos que valer, aparte de nuestro indudable valor etimológico.
Siempre me cayeron muy bien las haches mudas, no me extraña que las hubieran elegido como demiurgos.
Me tomó la talla.
― Es para saber dónde ubicarte.
Pero como no tenía nada para apuntar prefirió ir recorriendo las diferentes secciones, por ver dónde mejor encajaba, según mi perfil.
― Porque…― me preguntó― ¿Tú llegaste a nacer?
―Pues claro.
― Entonces ni nos acercamos a “Huevos hueros”, que está superpoblado.

Le dije que se detuviera un momento en “Palabras vacías”. Quería inspeccionarlas con detenimiento, no fuera que (por casualidad, nunca se sabe) al final fuera cierto lo de la reencarnación y se me cumpliera aquel viejo anhelo de convertirme en escritora. En otra vida, claro.
La vi. A todas: a “bonito-a”; a “cosa”, a “o sea”, a “lo que viene siendo”. Preposiciones, artículos, conjunciones…todas esas pequeñeces que no tenían culpa de nada.
Nos fuimos enseguida.

Creo que la hache se percató del motivo de mi curiosidad. Entonces me conminó a que me preparara porque consideraba necesario que conociera, por si acaso me reencarnaba, el lugar más temido por el artista:
― Pero… ¿esto qué es?
― El lugar donde penan las páginas en blanco.
― Vámonos de aquí.
― Luego, supongo que tampoco te interesan los lienzos en blanco.
― Para nada.
Y continuamos.

― ¿Cómo andabas de apetito en tu niñez?
― Normal.
― Entonces tampoco nos detendremos en “No me come nada”
Dejamos a un lado una curiosa sección de trajes y vestidos de toda época y tallaje, bastante sosos.

“No me dice nada”― se llama esta zona. ¿Te interesa?
― No.

Continuamos, una y otra vez: encontramos ecuaciones y fórmulas de todo tipo, de las más sencillas a las más complejas, en todas su resultado final era = 0. Pasamos por las ciudades y pueblos más tranquilos que habían existido en cualquier tiempo y lugar, aquellos en los que nunca pasaba nada…
La hache empezaba a hartarse. Se paró y realizó algunos estiramientos…

― Vamos a ver, vamos a ver― me dijo ligeramente hastiada― ¿Tú has sido interrogada sobre algún suceso, digamos…luctuoso?
― ¿Interrogada?, ¿dónde?
― Pues dónde va a ser: en un juicio, en un programa de televisión…
― No
― ¿Nunca has dicho “No he visto nada”?
― Creo que no.
― ¿Y no he oído nada?
― Tampoco.

Me miró preocupada y murmuró algo sobre “un error”
― Pero vamos a ver, ¿a ti quién te ha mandado aquí?
― Nadie. Yo me he muerto y después, al recobrarme, me envolvía un silencio de leche.
― Pero tú no estás muerta.
― ¿Cómo que no? Le cuento: mi novio me dejó, me dijo que no era nadie, que no era nada…y entonces me morí.
― ¿Y tú te creíste sus palabras?
― Pues…sí.
― ¡Qué juventud, qué juventud! ¡ No creen en nada, no tienen nada en la cabeza! Anda, vete por dónde has venido y olvídate del novio y de las tonterías…
― Entonces… ¿Esto no es La Nada?
― No, guapita, esto sólo consiste en que te has pasado con el Orfidal.

Entonces me desperté. Con dolor de cabeza.
Por las ventanas abiertas al patio de luces entraba un rico olorcillo a tortilla de patatas y el eco de una hermosa canción.

Rien de rien.

jueves, 25 de abril de 2013

SOCORRITO








SOCORRITO
Si le tocaba la tarde libre, Socorrito se arreglaba con mimo antes de salir de paseo con sus amigas. Como solía dejar la puerta entornada por si mi madre la requería por cualquier imprevisto, espiábamos sus idas y venidas frente al espejo al que había pegado con papel cello una foto de Sarita Montiel. Escudriñaba las facciones de su ídolo y luego aplicaba sobre su rostro sombras, rimmel y coloretes, como si los pinceles fueran varitas mágicas capaces de revelar, por arte de birlibirloque, los hermosos rasgos de la artista ocultos bajo la tosca faz de nuestra Cenicienta.
Cuando se daba por satisfecha, llegaba el momento por el que aguardábamos escondidos. Ella se miraba complacida, su cara reflejada en escorzo en el espejo, pestañeaba un par de veces, entreabría los labios levemente y cantaba:
—Neeeenaaaaaaaa, me decía loco de pasióoooon…
Nosotros, claro está, nos mondábamos de risa cuidando bien de ahogar las carcajadas, no fuera que mi madre nos descubriera y nos lleváramos una buena regañina del tipo “Parece mentira que hagáis burla de la pobre Soco, sabiendo cómo es... Tanto colegio de cura, tanto colegio de monjas para luego esto…”
Su paciencia se agotó el día que pilló a los mellizos chantajeando a la pobre Soco:
—Soco, si nos enseñas las tetas te damos una revista en la que sale la Sarita Montiel…
A partir de ese momento, mi madre blindó a Socorrito. Sólo bastaba una de sus miradas metálicas para congelar nuestra cuchufleta antes de que brotara.
Por mi madre y por Sarita Montiel, Socorrito siempre sintió auténtica devoción. En el caso de mi madre porque, al quedarse Soco sin el amparo de los suyos,  la había rescatado de un destino de “tonta de pueblo”. Sólo por pura bondad, porque en casa, sin pasar estrecheces, no íbamos precisamente sobrados y además el sentido de justicia de mis padres se hallaba en las antípodas de esa hipocresía disfrazada de caridad que se ejercía socialmente con las “chachas” o “el servicio”. Desconozco el origen del fervor que sentía por la Montiel más allá de que una prima suya se casó con uno de Campo de Criptana.
En aquellas mañana gélidas de invierno, ella  nos acompañaba al colegio cumpliendo con lealtad canina el mandamiento de mi madre de “que no se quiten el verdugo, Soco, que les da otitis y volvemos a tener la noche”.
¿Jugamos a fumar, Soco?
Entonces nos llevábamos el imaginario cigarrillo a la boca y soltábamos el vaho, una y otra vez, mientras cantábamos “Fumando espero al hombre que más quiero”, sintiéndonos mayores y sofisticadas. El juego terminó en la pubertad, lógicamente, cuando ya no llevábamos verdugos de punto picándonos en la cabeza, ni consentíamos con que ninguna compañía del mundo adulto nos arruinara la reputación y el cosquilleo en el estómago de presentir la presencia del chico que nos gustaba.
Lo sustancial del caso es que crecimos haciendo los deberes bajo su mirada analfabeta mientras escuchábamos “Peticiones del oyente” :
—Para Socorro Cañas con cariño,  de parte de quien ella sabe…
Y empezaba a sonar “El Relicario” o “Bésame mucho”, mientras Soco se ponía roja de alegría y aleteaba, riendo como ave precursora de primavera. Todos sabíamos en casa que ella misma era quien llamaba a Radio Intercontinental, Madrid y nos hacía gracia su ocurrencia. Cuando crecimos lo suficiente para alcanzar el teléfono que presidía la pared del pasillo, nosotros mismos llamábamos al programa, por darle la sorpresa. Lo hicimos en un par de ocasiones, de parte de Rafa Vallone o de su amiga Mari Carmen Sevilla.
Todavía recuerdo su cara de felicidad.
Recuerdos que vienen y se van mientras conduzco hacia casa de mi madre. Soco me ha llamado con urgencia: “que se nos ha roto la tele, Ángela, y tu madre va a querer ver Pasapalabra, verás cómo se va a poner si no funciona…” Mamá lleva cinco años con la mente secuestrada por el Alzheimer, cuidada con todo el amor del mundo por su Socorrito, con el mismo cariño y respeto con el que mi madre la trató durante toda su vida.  Cada vez creo más en la justicia poética, en la cósmica, en aquella que, más allá de la inmediatez humana, equilibra la balanza de nuestras vidas…
Por eso hoy ha terminado por fundir la vieja tele. Hoy, que ha muerto Sarita Montiel, para que me toque a mí darle la triste noticia a Socorrito.
Porque alguna vez, cuando aún llevaba un verdugo de lana en la cabeza, me burlé de su ingenuidad.
Así que me preparo, aprovechando el semáforo en rojo. Volteo levemente el retrovisor para ver mi rostro aparecer en escorzo. Parpadeo, entreabro los labios y canto:
Neeenaaaa me decía loco de pasióooooooon…