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jueves, 21 de noviembre de 2013

EL PÍCARO (De cuando Fernando Fernán Gómez se empleó de asustaviejas)







EL PÍCARO


Cap. IV: De cuando Fernán de Gómez se empleó de asustaviejas.

Aconteció que una vez recuperados mis pobres huesos de la tunda de aquellos cabezas rapadas, víme de nuevo en la santa calle y con la panza mal acostumbrada a las sopas y purés de la Seguridad Social.
Durante tres días vagué por las muchas obras que en la Capital se hacían, buscando empleo de peón de albañil y encontrándome con que oficiales y capataces preferían dar trabajo a otros desharrapados pero de distinta color de tez que, al carecer de papeles, carecían asimismo de derechos y contentábanse con limosna en vez de sueldo.
Más quiso Fortuna que El Miserias volviera a cruzarse en mi camino y, buen conocedor de albergues y sitios de caridad donde descansar huesos y aliviar gazuza, ofrecióme auxilio y yo, convencido por los palos recibidos de que no es lugar seguro para reposo un buen lecho de cartones, accedí gustoso a ello, aunque precavido, pues de sobra conocía las triquiñuelas del Miserias, más empeñado en vivir sin arrimar el hombro que en hallar ocupación honesta cual era mi caso.
Poco tardé en confirmar mis temores, ya que mi compañero vino en proponerme negocio, el cual tan fácil parecía que al instante tuve sospecha. Consistía en compartir techo con otros tantos mendas, mas con el encargo de causar destrozos y organizar timbas y saraos estrepitosos y a deshora. A cambio, además de cobijo, recibiríamos cumplido jornal.
El inmueble en cuestión hallábase sito en la Calle de la Luna y era más esqueleto de ballena que edificio habitable. Ocupamos junto al resto del clan de alborotadores lo que en tiempos pudo ser ático, hoy cochiquera, y, cada vez que obligado me veía a subir y bajar por aquellas escaleras sin luz que alumbrara, temía caerme hasta el infierno, pues los peldaños, de roídos, parecíanme de papel más que de madera y tal era el crujir en la pisada que semejaba a aquel que dicen de los dientes de condenados en el Averno.
Pronto me dio el entendimiento en conocer que había hecho acuerdo sólo para alejar de aquel antro al resto de vecinos, gente de mucha edad y mucha pobreza, con el fin de que los patrones dispusieran a su gusto y sin mucho gasto de aquel emplazamiento para futuras y carísimas construcciones, lo que más riqueza les deparase. Aunque asqueado, el bisnes permitíame cierta bonanza, tan añorada otrora, mientras continuaba vía crucis en busca de laboro. Y en eso continué, acallando conciencia, mientras pasaba las noches aguantando regaettones y curdas de los demás, entregados a cumplir su encargo con pasión.
Mas poco dura la dicha en la casa del pobre, pues héte aquí que los oros se volvieron bastos una tarde que regresaba de mi habitual periplo y encontréme, en el zaguán, con una viejecita cargada como mula, con incontables bolsas de comida, apenas arrastrándolas por el mugroso suelo. En el fondo de mis tripas removióseme un sentimiento antiguo, no mariposas, como acostumbran a decir de los enamorados los afectados por el ridículo y la cursilería, sino más bien la añoranza de madre, pues, no habiendo conocido a la mía, dióle al magín por pensar si de estar viva podría hallarse en tal situación, sin socorro de mozo que cargar sus bolsas pudiera. Así que, tocado por gentileza acudí presto en su amparo, con tal mala ventura que, en estando en el tercer piso, rugió la madera con tal estrépito que fuera aún mayor en comparanza y fiereza con la erupción del Vesubio que acabó con Pompeya, y derrumbóse la escalera arrastrándome con ella en su bajada, así como las bolsas de la señora vecina.
Y de nuevo hállome en el lecho del dolor en el hospital del que había salido apenas una semana antes. Las sopas y purés que hicieron mi delicia no son sino caldo a tomar con pajita, pues el episodio de la escalera dejó mi boca viuda de dientes, acompañada en el duelo por quebranto de tibias y peronés. Cierto es que al dolor de encontrarme en tan lamentable estado súmase el pavor a ser de nuevo puesto en circulación, pues es sabido que el desplome fue noticia a destacar en los informativos locales, destapándose a su vez la trama de desalojo inducido del vecindario de la Calle de la Luna. Por esta razón el colega Miserias, sus compadres de cuitas y los amos del negocio, andan clamando venganza contra mi persona, jurándome matarile en cuanto les llegue oportunidad.
Así pues, aprovecharé la mi nueva condición de héroe para rogar ante las cámaras por un empleo decoroso, pues en servirse de fama para noble fin no existe pecado.
Como dijo el otro, la vida es un extraño viaje. 

Pudiera ser.