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jueves, 29 de septiembre de 2011

HISTORIAS DE LA PUTA CRISIS 1. EL COBRADOR

HISTORIAS DE LA PUTA CRISIS (basado en hechos reales)
1.- EL COBRADOR
            Dormía tan profundamente que, cuando a las 11 y 20 el timbrazo del teléfono me ha arrancado del sueño casi me trago la muerte del susto ¡Llegaría tarde al trabajo! Y lo que es peor ¡tendría que ver la cara de satisfacción de Peláez! Afortunadamente el sobresalto se ha aliviado al instante: lo que ha tardado la razón en recordarme que no había trabajo al que llegar tarde;  Peláez y yo llevábamos más de dos años en el paro.
Al otro lado del teléfono estaba Cristina, la del banco.
― Charo, soy Cristina, la del banco, ¿no te habré despertado?
― No, qué va― le mentí como solía.
― ¿Por qué no bajas a la sucursal y hablamos, que ya te he mirado lo de la hipoteca?
Bajé, ya lo creo que bajé. Bajé esperanzada.  Cristina se había comprometido a estudiar si me interesaba acogerme a un nuevo plan del banco profusamente anunciado en todos los medios de comunicación. Una muestra, en tiempos de crisis,  de la comprensión y la solidaridad de esa gran entidad financiera, como una madre para nosotros. ¿Podría yo, parada de larga duración y mayor de 40 tacos refinanciar mi hipoteca para que la mensualidad me fuera más leve? ¿Podría, podría, podría?
Pues no. Precisamente por ser parada de larga duración y mayor de 40 tacos.
Cristina me invitó a desayunar. Tampoco a ella le iban muy bien las cosas. La empresa de Mariano, su chico, acababa de cerrar y a ella, que había” renunciado” a las vacaciones por necesidades de plantilla, la iban a recompensar mandándola a San Sebastián de los Reyes.
― Una pasta en transporte, tía. Lo que nos faltaba…
Después pronunció las palabras que tanto temía oír de su boca: Que debía dos recibos de la luz, uno de hipoteca y el último del teléfono y que estaba en números rojos.
― Y no es por asustarte― me advirtió― pero los de Iberdrola merodean por el barrio como buitres, cortando la luz al personal.
Efectivamente me asustó. Mucho. Volví a casa como el Llanero solitario, galopando sobre mis tacones y  dispuesta a sacar el colt contra el primer cuatrero que se atreviera a atacar mi rancho, sito en el 3º B del 22 de Peñuelas, distrito de Arganzuela de aquí, de Madrid.
No sé muy bien por qué pero, en tiempos de angustia y zozobra, a mí el Llanero Solitario me da mucho cuartelillo. Desde pequeña. Más que Escarlata O´Hara con el puño en alto, y poniendo a Dios por testigo. Igual por eso me reprochaba mi ex lo del punto masculino. O por las camisas de cuadros, quien sabe.
En estas disquisiciones me hallaba cuando, en lo metía la llave del portal, me tocaron en el hombro y me volví.
Era Agustín, el chino de la tienda de chinos de al lado de mi casa, uno de mis fans más entregados, por no decir el único.
Señolita Chalo― me dijo, tan cortés y elegante como siempre― Tengo una cosa pala ti. Cosa bonita, mu buena y balata.
―¿De tu primo Salvador? ¿Ya me ha vendido el móvil?
―Sí, sí, vendido. Luego me tlae los eulos, a hola de comel. Baja tú, señolita Chalo y te los doy. Y una cosa mu buena y balata pala ti.
―Que no tengo dinero, Agustín, ni balato ni calo, ya sabes…
Al final le prometí que bajaría a ver lo que su primo Salvador me quería enseñar. Salvador era un genio falsificando, el mejor. Pero sobre todo Salvador me había vendido un móvil, el último que podía conseguir con los puntos ac umulados lo que, con un poco de suerte, me pagaría al menos un recibo de la parte del “debe”, la que enrojecía mi cuenta y mi rostro cuando no me quedaba otra que pedirle dinero a mi madre.
El cobrador llegó cinco minutos después, cuando acababa de quitarme de encima al Llanero Solitario. Si lo sé no le abro la puerta.
Era un chico joven, casi como mi sobrino. Me pregunto si yo era quien era y me entregó una notificación., sin mirarme a los ojos.
― No me puedes cortar la luz. No, no, ni hablar…
― Yo qué quiere que le diga, es mi trabajo…
― Mira no, no puede ser. He quedado en bajar al banco a la hora de comer, antes de que cierren, cuando me llegue un ingreso que estoy esperando.
―Ya le digo que lo siento, pero…
Algo cruzó los ojos. Por una milésima de segundo. Lo reconocí enseguida: era un hilo de compasión. El chico estaba pasando tan mal momento como yo, quizá peor. Aproveché la situación.
― Vamos a hacer una cosa, verás. Pasa, te pongo un café y hablamos con tranquilidad.
― No, no. No puede ser, ya le digo que…
―No pasa nada, hombre. Pasa y descansa. Te pongo algo…un café, una cerveza…Se te nota cansado. ¿Desde qué hora llevas cortando la luz?
― Desde las ocho.
―¿Y a cuánta gente calculas que habrás dejado a oscuras?
― Pues entre ayer y hoy…unos ciento quince.
Creo que semejante cifra consiguió que accediera a mi petición. Le puse un café con la leche templada y me lo agradeció con un deje de simpatía en su voz.
―Si no te corto la luz tendré problemas con el inspector.
―¿Dónde está el inspector?
―Puede aparecer en cualquier momento.
Abrí la ventana del salón y nos invadió el ruido abrumador que venía de Santa María de la Cabeza. Le señalé la calle:
―¿Ves al inspector por algún lado?
El chico se asomó y negó con la cabeza.
―Pues hombre, aprovecha, sal de aquí y quedamos tan amigos. Ya te digo que a mediodía, cuando me llegue un dinero que espero, bajo al banco que la chica, Cristina, es amiga mía y pago los recibos. Te lo juro, créeme.
            El cobrador, de repente, me regaló una sonrisa que me supo a triunfo.
―¡Qué hostias! ¡Pues claro que sí, que tienes razón! ¡ Si al fin y al cabo hoy es mi último día para estos canallas, que mañana se me acaba el contrato y me mandan otra vez a la cola del paro! Nada tía, tranquila que me piro echando leches y…que te vaya bien.
Le acompañé a la calle y entré para comprarme dos fortunas en la tienda de Agustín. Me los merecía. Mañana, si eso, dejaría de fumar.
  Señolita Chalo, pasa dentlo,  ves lo que me ha dado mi plimo. Sólo cinco eulos, señolita,  cinco po sel tú y si se lo dices a amigos…
―¿Te ha dado el dinero del móvil?
―Ha dado, ha dado…
Pasé a la trastienda, el lugar en el que el Caos se fundía con el Universo. Agustín me dio un sobre con 120 euros, cortesía de Movistar.
Resoplé con alivio.
Mila, qué bueno, qué bueno. Pa el metlo, pa autobús, pa museo, pa cañas, pa comel…todo balato, todo balato….
Y me puso, entre las manos, perfectamente falsificado, un carnet de voluntario de la JMJ.
Tan rojo como los números de mi cuenta.
(Continuará)
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TRUCOS EN TIEMPOS DE CRISIS (Las recetas de Bea)

Se acabó aquello de “Eres más inútil que la primera rebanada del Bimbo”. Saca la primera y la última de la bolsa y tuéstalas. Después córtala en cuadraditos y consérvala en una bolsa herméticamente cerrada o en el congelador. Ideal para picatostes, ensalada César o acompañamiento del gazpacho.


1 comentario:

  1. No puedo con la vida... jajajaja me encantaaa
    Esto promete. Y la receta me la apunto jajaja

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