Atención:

Licencia Creative Commons
Papeles de Nunca Jamás por Esther Requena se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-LicenciarIgual 3.0 Unported.

martes, 10 de enero de 2012

ANGEL_ GUARD 0.6.66

ANGEL_ GUARD  0.6.66
    Dos días después de que Adela me abandonara, estuve a punto de morir en el metro de Madrid, estación de Acacias.
Quizá - quién puede saberlo- empujado por algún viajero impaciente, mi pie derecho calculó mal la distancia, o quizá se despistó- no fui consciente, absorto en mi propio dolor, herido por la traición de Adela- pero el caso es que en cuestión de un instante me vi con la pierna derecha encajada entre el vagón y el andén, como si la suela del zapato no hubiera podido resistir la tentación de bajar a fisgar lo que se cocía en las vías. Recuerdo escuchar el pitido insistente y gritos a mi alrededor. Lo recuerdo como se recuerdan los sueños porque aquel día -el segundo desde que Adela me dejara solo, enfermo y desesperado- yo no estaba, como decía mi difunta abuela, “en mi ser”. Por instinto roté mi cadera, liberando lo que es la rótula del reborde interior del andén. Sé que, simultáneamente, alguien tiró de mí, agarrándome de las axilas e izándome con singular destreza. El caso es que emergí ileso y entonces –y ahí viene la esencia y el porqué de tan larga digresión- alguien dijo: “Tiene usted un ángel de la guarda”.
En aquel momento no di mucha importancia a la frase, sumido como estaba en el terror, la ira contra el destino y la tristeza por la marcha de Adela. Uno no ha sido nunca de creer en fenómenos paranormales, aunque estén bendecidos por el imaginario popular y religioso, pero, de regreso a casa –misma línea, misma estación- de repente escuché una voz que me decía:
    “Atención. Estación en curva. Al salir, tengan cuidado de no introducir el pie entre coche y andén”
    Y fue entonces cuando una tímida luz se encendió en mi interior, como los llaveros con linterna en el fondo del maletín y comencé a creer que alguien, quizá Adela -de forma inconsciente, claro- quizá mi difunta abuela, me había enviado una presencia benéfica para que me protegiera. Que falta me hacía.
    Un ángel de la guarda con una sugerente voz de mujer.
    En casa intenté relajarme y tratar de encontrar una explicación racional al asunto - tal como me indicaba la doctora Olmos- analizando cada detalle, sin dejarme arrastrar por el agujero que me succionaba la razón de vez en cuando. Sin embargo, la sensación de prodigio seguía latiendo con fuerza, tanto –o más- que cuando me enamoré de Adela. ¡Ay, Adela, Adela, siempre Adela! Evocarla me hizo correr hacia el teléfono, como cada vez que tenía que salir de casa – ya saben…compras, trabajo, algún trámite…- invadido por el terror a que ella me llamara y no me encontrara. Esperé a que saltara el contestador, como siempre. Pero esta vez escuché, como un bálsamo – y obsérvense las mayúsculas que llegan-  la Voz de mi Ángel de la guarda:
    “El servicio de contestador le informa de que no tiene mensajes”
    “Tiene razón”-pensé- “No tengo mensajes. No voy a tenerlos. Adela no volverá a llamarme. Adela no volverá”
    Y agradecí a mi Ángel de la Guarda –ya con mayúsculas las dos- que me hubiera ayudado a poner, como solía decir mi difunta abuela, “los pies en la tierra”. Ya estaba bien de tanta Adela. Total, nunca había creído en mí. Ni siquiera cuando puse ante ella las pruebas empíricas que avalaban mi teoría sobre la conexión entre la tecnología de los “abrefáciles” y la industria de la “tirita” y los esparadrapos. Me miró cómo si yo me hubiera vuelto…en fin, mejor dejarlo.
    Desde entonces, la Voz de mi Ángel –para qué llamarla por el apellido cuando hay confianza- me cuida –“Su tabaco, gracias”-; me guía – “En la próxima rotonda, gire a la derecha”; me avisa – Planta tercera: complementos de caballero-  y me protege
– la base de datos ha sido actualizada-
En la sesión de hoy he tratado, con toda la paciencia del mundo, que la doctora Olmos llegara a comprenderlo. Incluso –quid pro quod- poniendo en práctica sus consignas, demostrarle cómo, en estos tiempos en que el Hombre ha conseguido que los avances tecnológicos dobleguen la propia Naturaleza, incluso Dios – porque sí, después de todo lo ocurrido he vuelto a la Fe- nos manda a sus Enviados camuflados bajo la apariencia de programas informáticos –simuladores de voz en este caso- Lo de las alas y filacterios está ya fuera de nuestra época.
Ahora voy a terminar de instalar la impresora multifunción en la mesilla de noche. Me cuesta menos coger el sueño cuando duermo acompañado, así que, a partir de ahora, su dulce Voz me arrullará: “Ha comenzado la impresión” “Por favor, cargue papel en la bandeja”.
Sé que poco a poco conseguiré que me tutee.

   

1 comentario:

  1. Nuestros ángeles de la guarda están por ahí conspirando y viendo cómo pueden gastarnos alguna broma que otra.. menudos son¡¡

    Es una historia genial, divertida y perfectamente escrita.. Enhorabuena, Esther. Besos.

    ResponderEliminar