“Por todo ello tengo a bien dictar consejo para que guardadamas y ujieres de saleta cuiden de no dejar en olvido la placa que ciega las cerraduras de los aposentos principales, en evitando de aquesta manera que negrillas y muchachos acechen por el ojo para después dar cuenta...”
Ha acontecido que Nuestro Señor el Rey, en vista del escándalo, no ha hallado mejor manera de estorbar las indagaciones de los enanos de la Corte. Así pues ha obrado como lo hizo Odiseo, prefiriendo cegar el ojo antes que matar el cíclope, pues de todos es sabido la querencia que el rey, la reina y las infantas profesan a los locos que les sirven.
Parécenos acertada la orden, por tanto que, dada la brevedad de lsu estatura, buena parte de los enanos consiguen atisbar las cámaras de las damas por los ojos del cerrojo sin que para ello hayan de sostener postura extraña, de tal forma que no resulta fácil sorprenderlos en tal menester y reconvenir sus acechanzas. Así pues, caballeros y pisaverdes entran en trato con ellos con el fin de recabar noticias de la dama de su atención, en pagándoles buenos dineros u otras mercedes, de lo cual muchos dellos sacan provecho y hacen fortuna de tan poco discreto comportamiento, pues, como dijo el poeta:
“Traen truhanes vestidos
de brocados y de sedas,
llámanlos locos perdidos,
mas quién les da sus vestidos
por cierto más loco queda.”
Y así ha ocurrido en el caso del Duque de Villamediana, que donó a la Madalena Ruiz hasta dos varas de raso amarillo para una saya, más tres cuartas de holandilla roja para el forro, más catorce varas de pasamanos de seda y tafetán verde para la basquiña y todo ello porque viera si era cierto o no que Angélica de Alquéizar portaba, en la cima de la nalga derecha, un antojo de color y forma similar a una granada.
La Madalena, cuya afición al vino le hacía soltar la húmeda con mayor facilidad que la que demostró Penélope con los hilos de su tapiz, no tardó en confiar a Nicolasito, el bufón del de Alba, el resultado de su pesquisa:
— Tiene la niña Alquéizar, donde termina la espalda, como una flor del granado, mas no sé si dibujo o mancha de nascimiento.
Resultó que el tal Nicolasito, a su vez, había sido conminado por su señor para que
vigilara conversación en los aposentos de dicha dama por sospechas que habían llegado a sus oídos referidas al distraimiento de cierto patrimonio venido de Indias, así que tomó buena cuenta de las palabras que le refirió el enano y que venían a decir que:
— Alquéizar el Inquisidor porta un grabado en una bolsa de seda. Su sobrina Angélica tiene una flor tatuada, también en la espalda.
Ocurrió que en esos momentos, hallábase en la estancia contigua la enana Juana Calabazas, que ejercía de ojos y oídos de Doña Marcela de Ulloa, la Camarera Mayor, fiel vigilanta de la moral de las damas y que desde tiempo atrás albergaba dudas sobre la de Alquéizar, así que salió en su busca por los corredores de Palacio, dispuesta a relatar lo que se le había dado a conocer:
— Sepa vuesa merced, que la dama Angélica lleva la marca del oprobio, pues su espalda está tatuada con la flor de lis. Y su tío, el Inquisidor, ha distraído unos barcos del de Alba y se ha llevado todas las sedas de las Indias.
En menos tiempo del que empleó el Perseo el héroe en cercenar la cabeza
de Gorgona, la nueva se extendió por cada rincón del Alcázar y formábanse corrillos al paso de la Calabazas, que corría como alma perseguida por el diablo levantándose la saya.
Advirtiéronle que su señora se hallaba en la cámara de la Infanta doña Margarita y para allá que encaminó sus pasos patizambos, sin prestar atención a que sus Majestades los Reyes se hallaban a espalda suya, puesto que cada tarde hallaban placer en vigilar las labores del Maestro Don Diego de Velázquez que a la sazón retrataba a la Infanta en sus aposentos.
Así ocurrió que la enana, jadeante, abrió la puerta de la estancia, con tal alharaca que el Maestro abandonó su pincel con desesperación, la Menina casi arrojó al suelo el búcaro con el que servía agua a la Infantita y Nicolasito Pertusato, el italiano, aprovechó para propinar un puntapié al mastín.
Fue tal el escándalo y tales las consecuencias derivadas del suceso, tan a punto estuvo el Maestro de prescindir del encargo real, que Nuestro Señor el Rey Felipe ha comisionado a la Mari Bárbola, la enana que goza del favor del pintor de la Corte, para que use su influencia con el fin de que retome el retrato de la niña Infanta a cambio de concederle el honor de la Orden de Santiago.
Y otrosí, en evitando para los futuros tiempos alcahueteos de enanos y correveidiles, Su Majestad ha dictado la orden que encabeza el presente escrito y que viene a cegar, per secula seculorum, los indiscretos ojos de las cerraduras.
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