CONJUNTO
VACIO
Me dijo que
me dejaba, que yo no era nadie, que yo no era nada...
Entonces me
morí.
(Creo)
Me rodeaba un
silencio espeso, como de leche. No sé si había cerrado mis ojos, no sé si tenía
ojos.
No veía.
Al principio
no veía nada.
Después apareció
ante mí, no sé si de repente; quizá ya estuviera antes, pero yo, al tener los
ojos cerrados (aunque puede que no
tuviera ojos), no me había dado cuenta de su presencia.
Era una gran
esfera, con una especie de lanza de luz que le atravesaba en diagonal. Flotaba.
Todo en ella resultaba fútil, inane, vacuo, insustancial...
-Vaya
cosa tonta de esfera-
pensé
(de donde colegí que los muertos
conservan la capacidad de pensar. O algo parecido)
Sin embargo,
la esfera ejercía sobre mí una poderosa atracción que me arrastraba hacia su
interior al mismo tiempo que el silencio de leche cuajó en un mensaje,
posiblemente dirigido especialmente para mí:
“SI NO ERES
NADIE, SI NO ERES NADA ¡ÉSTE ES TU SITIO!”
Me dejé
llevar hasta el interior, impelida por esa fuerza magnética que manaba de su
interior. De repente me invadió un temor antiguo, un interrogante que me
llegaba desde lo más arcano, desde los días de la primera infancia, cuando aún
creía en los mitos:
― ¿Voy a
entrar en el cielo o en el infierno?
(Pienso, sinceramente, que la primera
obligación del difunto reciente es saber a dónde dirigirte)
Pero poco
importaba porque mi voluntad, de por sí dubitativa (hay costumbres que no cambian tanto si se está vivo como si se está
muerto) no atesoraba suficiente poder como para anular la fuerza que me
succionaba, que no contemplaba ni
respetaba lo que es el libre albedrío, en este caso decidir entrar o no entrar
en la esfera.
O sea, que
pasé.
BIENVENIDA AL
CONJUNTO VACÍO
Saludaba un
cartel parpadeante, (de luces leds de
bajo consumo, como muchas de las esculturas vanguardistas que colgaban de las
paredes de la Tate , a las que fui tan aficionada en vida. A la escultura
vanguardista, aclaro)
― ¡El
conjunto vacío!―Media vida preguntándome para qué coño servía semejante memez y
héte aquí que era (digamos) el limbo,
al menos lo que así llamábamos antes del Papa Wojtila lo clausurara ad aeternum.
El limbo
estaba animado. Me recordaba, bastante, a un centro comercial y de ocio, al pie
de la M-40, que cerraron por la crisis, y cuya estructura en anillos
superpuestos podía recordar ligeramente a las antiguas ilustraciones de los
Jardines de Babilonia. Claro, que en ese estadio de eternidad en el que me
hallaba sumida, resultaba mejor referente el Paraíso del Dante. Donde va a
parar…
Sin embargo,
lo importante residía en los pobladores de tan curioso ¿espacio?
Dirigí mis
pasos ( tan etéreos) al fondo, a la
derecha. Pero luego me lo pensé mejor y, valorando las ventajas que reporta el
triunfo sobre la gravedad (allí flotaba todo), ascendí todo lo posible en
postura “Santa en estado de gracia” con el fin de obtener una visión cenital,
ya puestos…
Acababa de
llegar, como quien dice, cuando me tocaron ligeramente el hombro (si es que aún tenía hombro, porque al estar
muerta, posiblemente fuera incorpórea del todo)
Era una hache.
Monísima, de
tipo bastardilla inglesa de rancio abolengo.
―
Comprende―se explicó― que para algo más teníamos que valer, aparte de nuestro
indudable valor etimológico.
Siempre me
cayeron muy bien las haches mudas, no me extraña que las hubieran elegido como
demiurgos.
Me tomó la
talla.
― Es para
saber dónde ubicarte.
Pero como no
tenía nada para apuntar prefirió ir recorriendo las diferentes secciones, por
ver dónde mejor encajaba, según mi perfil.
― Porque…― me
preguntó― ¿Tú llegaste a nacer?
―Pues claro.
― Entonces ni
nos acercamos a “Huevos
hueros”, que está
superpoblado.
Le dije que
se detuviera un momento en “Palabras vacías”. Quería
inspeccionarlas con detenimiento, no fuera que (por casualidad, nunca se sabe) al final fuera cierto lo de la
reencarnación y se me cumpliera aquel viejo anhelo de convertirme en escritora.
En otra vida, claro.
La vi. A
todas: a “bonito-a”; a “cosa”, a “o sea”, a “lo que viene siendo”.
Preposiciones, artículos, conjunciones…todas esas pequeñeces que no tenían
culpa de nada.
Nos fuimos
enseguida.
Creo que la hache se percató
del motivo de mi curiosidad. Entonces me conminó a que me preparara porque
consideraba necesario que conociera, por si acaso me reencarnaba, el lugar más
temido por el artista:
― Pero… ¿esto
qué es?
― El lugar
donde penan las páginas
en blanco.
― Vámonos de
aquí.
― Luego,
supongo que tampoco te interesan los lienzos en blanco.
― Para nada.
Y
continuamos.
― ¿Cómo
andabas de apetito en tu niñez?
― Normal.
― Entonces
tampoco nos detendremos en “No me come nada”
Dejamos a un lado una curiosa sección de trajes y
vestidos de toda época y tallaje, bastante sosos.
― “No me dice nada”― se llama esta zona. ¿Te
interesa?
― No.
Continuamos, una y otra vez: encontramos ecuaciones
y fórmulas de todo tipo, de las más sencillas a las más complejas, en todas su
resultado final era = 0. Pasamos por las ciudades y pueblos más tranquilos que
habían existido en cualquier tiempo y lugar, aquellos en los que nunca pasaba
nada…
La hache
empezaba a hartarse. Se paró y realizó algunos estiramientos…
― Vamos a ver, vamos a ver― me dijo ligeramente
hastiada― ¿Tú has sido interrogada sobre algún suceso, digamos…luctuoso?
― ¿Interrogada?, ¿dónde?
― Pues dónde va a ser: en un juicio, en un programa
de televisión…
― No
― ¿Nunca has dicho “No he visto nada”?
― Creo que no.
― ¿Y no he oído nada?
― Tampoco.
Me miró preocupada y murmuró algo sobre “un error”
― Pero vamos a ver, ¿a ti quién te ha mandado aquí?
― Nadie. Yo me he muerto y después, al recobrarme,
me envolvía un silencio de leche.
― Pero tú no estás muerta.
― ¿Cómo que no? Le cuento: mi novio me dejó, me dijo
que no era nadie, que no era nada…y entonces me morí.
― ¿Y tú te creíste sus palabras?
― Pues…sí.
― ¡Qué juventud, qué juventud! ¡ No creen en nada,
no tienen nada en la cabeza! Anda, vete por dónde has venido y olvídate del
novio y de las tonterías…
― Entonces… ¿Esto no es La Nada?
― No, guapita, esto sólo consiste en que te has
pasado con el Orfidal.
Entonces me desperté. Con dolor de cabeza.
Por las ventanas abiertas al patio de luces entraba
un rico olorcillo a tortilla de patatas y el eco de una hermosa canción.
¡MENUDO CHUTE DE ORFIDAL...! ¡Alucinante! Cada día lo haces mejor, Estersita.
ResponderEliminarUn besazo soleado y cálido desde Málaga.
Iré a verte, Holmes. Cualquier día de destos me planto en Málaga, que lo sepas.
ResponderEliminarY un espeto de sardinas junto al mar..., Watson.
EliminarMadre mía, Esther, hija qué cuento más bueno, qué buenooooo! Me ha encantado, de verdad. Lo he tenido que leer en varios tramos porque no me dejan, no me dejan nadaaaaaaa.
ResponderEliminarMe encanta, eres maravillosa.
Un beso enorme!
Qué bueno, Esther. Me encanta tu ironía y lo divertido que es. Un beso.
ResponderEliminarEs genial, genial. ¡¡ Qué dominio de las HacHes, EstHer del Humor Histérico, de la imaginación desbordante y de la fisna ironía...
ResponderEliminarMe encantó, y seguiré leyendo patrás, porque había perdido este enlace de 'nunca jamás' que nunca jamás se volverá a repetir.
Un lujo leerte, cariño.
Besinos
Ana
Eres grande, compañera. De verdad. Enhorabuena y gracias por este buen rato. Me hacia falta.
ResponderEliminarQue me ha costado cuatro intentos convencer a este chisme de que no soy un robot. Qué susto! Ya pensé que me había pasado con la medicación y sólo había conseguido este triste efecto secundario...
ResponderEliminarUn beso.
Por cierto, creo que voy a pasarme al orfidal. A ver si me despierta la creatividad. Aunque no sustituya al talento, me temo.
Enhorabuena de nuevo.
Después de haber vivido este viaje que nos propones, me he acordado de un artículo que leí el otro día. En él se nos clasificaba a los escritores en categorías. A quienes no vivíamos de esto se nos catalogaba como "Escritores en la nada". Me imaginé de nuevo con cordón umbilical, flotando en líquido amniótico, tecleando por el útero.
ResponderEliminarLos famosos, los cuatro que pueden vivir de esto, no tienen algo que nosotros tenemos: la incertidumbre del día a día. Y eso es inspirador que te cagas.
Enhorabuena por el cuento, con h intercalada.
Un abrazo.