(ilustración de Bryan Lee)
EL
CREPÚSCULO DE LOS DIOSES.
Desde
que Sor Aya, la monjita encargada de su planta, les canceló el permiso de
salida al sorprenderlos atravesando la calle en diagonal, los Tres Manes han
aprendido a no desafiar el tráfico y cruzar por el paso de cebra aunque ello
significara perder un tiempo precioso y no llegar los primeros a las obras de
la acera de enfrente.
Porque
es la segunda vez en tres meses que el Ayuntamiento abre la zanja y asegura
espectáculo gratis para ellos, para sus rivales del asilo vecino (“El Merecido
Descanso. Fundación víctimas de la SGAE”) y para el resto de jubilados y
ociosos del barrio.
Y
ellos, que en activo fueron leyenda, ahora, cuando disfrutan de su jubilación,
siguen acostumbrados a encontrarse en primera línea de fuego, es decir, en la
parte alta de la empinada calle, justo detrás del rótulo “Avería”, donde tienen
acceso a una panorámica general que comprende, además de los trabajos del
interior del hoyo, al dispositivo que se mueve alrededor: el ir y venir de los
encargados, de la maquinaria, de la Policía Municipal y hasta de Protección
Civil y Unidades Móviles de Tv en caso de que hubiera que lamentar algún
incidente. La ilusión por estar a pie de obra, de orientar, de opinar, de
porfiar, ha conseguido que Los Tres Manes vuelvan a sentirse imprescindibles.
Atrás han quedado los meses transcurridos entre talleres de Tai_Chi y de
Recuperación de la Memoria. Ya no es necesario matar el tiempo aunque cuando
Clark, cada día, al tomar posesión de su sitio en el “Tendido Siete”, dice
aquello de…
—Cuando
terminen de arreglar Metrópoli va a quedar preciosa.
…Bruce y
Peter se intercambian una mirada de preocupación por su amigo que, algo mayor
que ellos, fue un auténtico referente para ambos cuando los tres compartieron
puestos de responsabilidad en la Empresa. Ellos, que lo conocieron y admiraron
en su época de esplendor, saben que Clark empezó a venirse abajo cuando el juez
otorgó a Lois, en el divorcio, la explotación de las minas de metacrilato del
Polo Norte, lo único que le quedaba de sus padres biológicos. Fue un golpe
bajo. Desde entonces Clark sufre crisis de hipotermia que le obligan a llevar
bajo su ropa de diario su antiguo uniforme de lycra, sin capa y con los
calzoncillos por encima de las mallas.
-—Va
a ser intolerancia a la kryptonita —dice el Dr. House, obligado a pasar
consulta en el asilo para reducir condena y de paso guindar vicodina—. Y si no
es la kryptonita será lupus.
Tampoco
está de muy buen humor Peter. Hace un mes que su amigo Hulk tuvo que ser
atendido por el SAMUR después de un rifirrafe verbal con otro espectador:
—Hulk
es buena gente, pero tiene muy mal pronto. Con la pelea le subió la bilirrubina
y se le quedó muy mal color —le cuenta a un jubilata del barrio que le
reconoció en su día —Yo diría que su vida pende de un hilo.
—Como
siga cavando en esa dirección se va usted a cargar la tubería C-213 —advierte
Bruce al operario que maneja la perforadora.
—Y
tú... ¿cómo lo sabes?
—Pues
porque un kilómetro a la derecha de esa tubería tenía Joker, que en paz descanse,
una de las entradas a su guarida.
Bruce
es, de los tres amigos, el que mejor se ha adaptado a la vida pacífica y
tranquila de la jubilación. Cierto es que él, que nació millonario, no tiene
que vivir de la pensión de la Empresa.
—Pero
tú aún tienes una ayudita con la del Daily Planet, Clark. Mira mi caso —se
queja Peter— Toda la vida en “Save The World, S.L.” y si quiero sacarme para
mis caprichos me tengo que dedicar a tejer cordones de botas por las noches...
Y
así, entre conversación y conversación, pasan el rato los tres inseparables
amigos hasta la hora del Ángelus, cuando vuelven a cruzar la calle —por el paso
de peatones, señores, o si no aquí se quedan— para disfrutar de una frugal
colación en el Asilo de las Madres Apandadoras para Superhéroes de la Tercera
Edad. Lamentablemente, la mañana ha
transcurrido en un suspiro.
—¿Os
he contado cuando di la vuelta al planeta para conseguir que el tiempo fuera
para atrás?— pregunta Superman.
—Como
un millón de veces, Clark —contestan Spiderman y Batman mientras intercambian
una mirada de preocupación.
Al observar la decadencia de los superhéroes con los que soñamos en la niñez, vemos que el tiempo pasa para todos, y que la única manera de combatirlo es adaptándose lo mejor posible.
ResponderEliminarHabrá que inventar una nueva clasificación para tus cuentos, Esther. Por ejemplo, realismo cómic-o.
Felicidades.
Un abrazo.
Fíjate que no he vuelto a ver Superman desde que lo dejó Christopher Reeves, que en paz descanse.
EliminarTenemos nuestros superhéroes particulares, en mi caso, bien lo has dicho, tienen que ver con aquellos comics de la Marvel.
Me alegro mucho que te haya gustado, es importante para mí.
Un abrazo enorme
Los escritores sí que somos superhéroes y si no nos apoyamos entre nosotros, ¿quién lo va a hacer? ¿Las editoriales?
EliminarUn abrazo
Ay, dios mío, en lo que se han convertido mis héroes de la infancia. Con la falta que nos hacen en este tiempo… Eres capaz de convertir en “cotidiano” incluso el elemento más extraordinario de la imaginación, y eso me gusta.
ResponderEliminarGenial, Esther, como todo lo que escribes :-)
Besos y abrazos