CHAVELA Y FRIDA
México se desangra, Llorona.
Si todavía estuvieras aquí, tus pinceles aullarían por todos nosotros. Dolor vivo; dolor rojo, arrebatado y brillante.
Pues desde que te fuiste no hemos tenido luz de luna.
Ella, la luna, llora en el desierto. Son las únicas lágrimas que se vierten sobre las tumbas ocultas de las mujeres asesinadas. Sus madres no pueden hacerlo, Macorina, porque la Injusticia, aún más cruel que el propio criminal que ha segado la vida de sus hijas, las condena además a un duelo clandestino, sepultado entre las paredes de las casas. Mujeres y pobres… ¿por qué molestarse en encontrar sus restos? Para las madres no hay consuelo. Para las muertas no hay fiesta en el cementerio, ni flores, ni dulces ni rezos… sólo un sudario de tierra y el olvido.
Tápalas con tu rebozo, Llorona, porque se mueren de frío.
México se desangra, Llorona.
La muerte se cruza por las avenidas. Surge rabiosa de los cañones de los rifles buscando la carne del enemigo, el hermano del cártel contrario. Las balaceras se adueñan de las calles, de los parques, de los hospitales, de los manicomios, de las escuelas, de las Iglesias… El dólar gringo corrompe y degüella. El dólar gringo paga la venda con la que la Justicia se tapa los ojos y el oro de los poderosos. Puritita codicia.
Si todavía estuvieras aquí, María Bonita, María del Alma, volverías a pintarte a ti misma, doliente madre de un aborto, y yo vería en tu retrato a México llorando por su hijo malformado, aquel que dilapida su vida dejándose manejar como un títere decapitado por el dólar sucio de los avarientos.
Pero si tienes un hondo penar, piensa en mí.
Mientras México se desangra, yo aquí sigo, Paloma Negra. Soy vieja como la tortuga y, mira tú la pendejada, es ahora cuando me siento más cántaro, cuando estoy más llena del amor de otros, que no sé si es de agua o de tequila. Son ya noventa y muchos y largos, ¡ay, Adelita!, muerta y renacida de tantas guerras contra mí misma que la caperuza de la tortuga se resquebraja de tantas cicatrices, Macorina, ponme la mano aquí.
Si tú vinieras con la Muerte a buscarme, sacarías los pinceles de entre las flores frescas de tu mantón y nos pintarías juntas, de la mano. Frida y Chavela; Chavela y Frida. Tú con tu pollera multicolor; yo con mi poncho rojo.
Y tequila para las tres.
Tómate esta botella conmigo y en el último trago nos vamos.
Bravo, Esther. ¿Qué otra cosa se puede decir cuando ya está todo dicho?
ResponderEliminarYa os veo a las tres, por el Bulevard de los sueños rotos y recompuestos, y recompuestas las tres por este relato de amargura y esperanza (sin mayúsculas)
ResponderEliminarMuy bueno, Esther, como siempre que te leo, me quedo con la sonrisa puesta y pensativa...
Besos astures
Ana-Karam