Charlie
cruza el parque sin prestar atención a la capa de hielo con que la noche ha
disfrazado a los desnudos álamos de las veredas. Camina apresurado. El alba ya
ha despuntado y el tiempo se le acaba. Si quiere librarse de los latigazos del
señor Scrooge, hoy no puede permitirse salir al encuentro del Truhán y bien que
lo siente, porque a Charlie le gusta seguir al Truhán por el laberinto de
calles, patios y pasadizos del Soho y contemplar con cierta malévola curiosidad
a las mujeres de la noche desparramadas de pena y alcohol en las oscuras
esquinas.
Si
Charlie no anduviera a la carrera para llegar a tiempo a la fábrica de betún en
la que trabaja, quizá hubiera contemplado a los árboles amortajados de hielo,
como fantasmas y quizá habría encontrado placer en imaginárselos atormentando
al señor Scrooge, el malvado señor Scrooge, el capataz que azota a los chicos
que llegan tarde a trabajar…
Deja a
la izquierda la cúpula de Saint Paul y corre presuroso hacia Charing Cross.
Aunque Bill, Papa Harinosa, le ha
mostrado un agujero desde donde acceder al sótano de la fábrica, Charlie sabe
que si es sorprendido intentando burlar la vigilancia de Scrooge, será
castigado con otras 12 horas sin paga y en domingo. Charlie, los domingos,
visita a su padre en la prisión para grandes deudores, de Marsalshea. Su
familia necesita los seis peniques semanales que Charlie gana pegando etiquetas
en los botes de betún y a Charlie, que desde hace tres meses ya no comparte la
celda familiar, le complace enormemente entregar su sueldo y, además, escuchar
las historias que le cuenta su vecino de celda, el señor Pickwick, orondo como
un barril.
Algún
día, le dice a su maestra, escribiré las historias del señor Pickwick y sus
viajes en diligencia. Algún día escribiré tu historia, pequeña Dorrit, le dice
a Nell, su amiga. Y también contará la de Truhán, el ladronzuelo que le inicia
en los secretos del hurto, y la del niño pálido que encabeza el entierro de los
hijos de los ricos, rezando con dulce voz al ataúd blanco.
Charlie
dobla la esquina sin mirar la verja del caserón encantado. A veces, cuando
termina la jornada y desanda el camino, consigue ver a una hermosa niña de
largo cabello rubio, sola, en el jardín y Charlie sueña con tocar su mano de
nácar.
Pero
son tiempos difíciles, no aptos para ensueños, como suele decir la señora
Peabody, la criada de su amigo David Copperfield.
Algún
día…
Charlie
llega a tiempo, justo antes de que el malvado Scrooge toque la campana que
inicia el turno de día.
―Llega usted tarde, señor Dickens― le dice con su boca desdentada.
Pero
Charlie ya se ha perdido en la oscuridad.
(Sentido homenaje a Dickens, el autor que marcó mi niñez lectora.)
A MÍ TAMBIÉN DICKENS ME MARCÓ MI VIDA Y MI NIÑEZ COMO LECTORA Y ESCRITORA QUE ME SENTÍA A TAN CORTA EDAD (8 AÑOS).
ResponderEliminarEMPECÉ A ESCRIBIR MOTIVADA POR ESTAS LECTURAS QUE ERAN MI REFUGIO Y MI FELICIDAD.
GRACIAS POR TRAER LA INFANCIA A MIS RECUERDOS.
ME QUEDO POR ACÁ.
lujanfraix.blogspot.com
TE DEJO ESTA DIRECCIÓN PORQUE TENGO VARIOS SITIOS PERO EN ESTE ESCRIBO TODOS LOS DÍAS. AHORA TENGO CERRADO LOS COMENTARIOS PORQUE ESTOY DE DESCANSO PERO VUELVO EN BREVE, IGUAL SIGO PUBLICANDO Y COMENTANDO.
BESOS
Está precioso! Yo amo a Oliver Twist <3 no he leido más de Dickens pero sé que es de mis favoritos y pronto leeré más de sus historias, quiero leer toda su bibliografía! Además de que algunas las he podido ve en la TV o eso, pero nada como los libros (:
ResponderEliminarBesos
petiteeloise.blogspot.com